Esa. De quien te hablé el otro día. Qué negaste conocer. Eras tú.
Se decía Emilia frente aquella dentro del espejo. Antes de decirse y desdecirse, se observó.
En Emilia se pueden ver ojos nostálgicos que, en ocasiones, pueden expresar tanta dulzura como la niña con su gato favorito vestido de marinero o tanta hartura como quien carga con sutileza las soberbias de la gente, como quien esconde el secreto de un veneno. Su labio superior tiene una línea fina, tan fina como su intuición. El final, en la comisura de sus párpados, está incompleto, puede verse su carnosidad. Dios lo hizo a propósito, su objeto es que, cuando mires el marrón hondo de sus ojos, puedas verla por dentro también. Como una suerte de signo físico que revela genuinidad. Esa era ella y sus ojos de talismán. Cuando la veías Llorar, sentir piedad o reír, cualquier percepción trascendental podía concluir el resplandor de una realidad: tenía el alma de un ángel, su nobleza solo se iguala con la de su perrito Orión, y con la de todos los perritos cuando esperan. Su defecto como habitante de este mundo: era capaz de amar.
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Autor:
Montalvo (Seudónimo) (
Offline)
- Publicado: 2 de julio de 2020 a las 11:26
- Categoría: Amor
- Lecturas: 25
- Usuarios favoritos de este poema: ROBERTO. R
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