DIOS Y EINSTEIN JUEGAN AJEDREZ

Alek Hine

 

ESCENA: Einstein en el cielo, junto a Dios, expectante ante la habitual partida ajedrecística del día.

—Juguemos ajedrez, Albert. Ya sabes que los dados no son de mi agrado.
—Juguemos, Señor… pero me asalta una duda… es acerca de tu presciencia, tu facultad de saber de antemano los acontecimientos… Lógicamente, por tu omnisciencia, en tu mente no hay lugar para la incertidumbre.
—De hecho, para mí ni el juego de dados involucra incerteza; es solo que los dados no me divierten. Pero descuida, Albert, que mientras juego, de la parte de mi cerebro que me permite conocer el futuro apago un área tan pequeña como un punto, pues de otro modo no disfrutaría del ajedrez. Como puedes ver, ello me hace no ser imbatible. ¿Quién querría jugar con alguien que puede ver y saber por antelación todos los movimientos posibles de las piezas en el tablero, contra un rival invencible, si uno de los mayores placeres que le da el ajedrez al espíritu humano es el de poder ganar?
—O sea que te colocas en un nivel humano, Señor.
—Exacto. Aunque debo decir que tal acción queda específicamente restringida al juego, de ahí que diga que es un área tan pequeña como un punto, ya que simultáneamente tengo que estar consciente de todos los demás sucesos, tanto de los que se van presentando como de los que se presentarán en todo el cosmos. Dentro de tales sucesos están los miles de millones de plegarias que me eleva la humanidad, más las que me llegan de cada uno de los seres racionales del resto de las civilizaciones de los cientos de miles de millones de soles de la Vía Láctea, más las que vienen de los billones de galaxias que forman el universo conocido al hombre, más el número todavía mayor que proviene de los supercúmulos de galaxias que conforman el cosmos no conocido al hombre.
—Señor, con esa ingente cantidad de voces oídas en tu cabeza, me pregunto cómo es que hallas el orden en el caos y cómo es que no terminas perdiendo la razón. Con mi mente, humanamente limitada, no dejo de asombrarme ante tu revelación.
—Es comprensible —contesta el Todopoderoso esbozando una empática sonrisa y dando cuerda al reloj—. Cada vez que algo sobre mí te parezca inverosímil, increíble, portentoso, milagroso, recuerda que no hay imposibles para mí —añade con un guiño.
—Llevo blancas, Señor. A ver quién gana hoy.
—Con las negras, ayer casi lo logras con tu brillante sacrificio de dama si no hubiera sido porque erraste en el último minuto.
—Espero que la suerte me favorezca esta vez.
—Ya veremos, Albert. ¿Listo?
—Estoy presto, Señor.

Comienza el juego (la poderosa diestra del Altísimo echa a andar el reloj y en el amplio salón taciturno puede escucharse el tictac cadencioso):

1. d4 f5 (Dios elige la Defensa Holandesa).
2. e4 (Con el gambito Staunton, ya de inicio se ve que Einstein está ansioso por el triunfo). 
2. … fe (Curioso, pero nada más apropiado que esta jugada, por la naturaleza del lugar en que sucede la partida y por quien juega). 
3. Cc3 Cf6
4. Ag5 e6
5. C:e4 Ae7
6. …

 

Sábado, 2, febrero, 2019

  • Autor: Alek Hine (Offline Offline)
  • Publicado: 3 de febrero de 2019 a las 23:33
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 26
Llevate gratis una Antología Poética ↓

Recibe el ebook en segundos 50 poemas de 50 poetas distintos Novedades semanales


Comentarios1

  • Nadie

    Siendo Dios omnipotente, debe poder hacer cesar temporalmente su omnisciencia. Ignoro si los teólogos se han planteado esta cuestión.
    Saludos, Ale.

    • Alek Hine

      De hecho, así es cuando juega ajedrez. Y a los teólogos yo no les hago mucho caso, son humanos limitadísimos, llenos de juicios erróneos. SaluDios, Lud.



    Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.