ESTRELLAS

Alek Hine

Taciturnas estrellas, silenciosas, calladas,
elegiacas, distantes, de pequeño tamaño,
bagatelas del orbe, meros puntos de luz
en el cielo nocturno, transparente y sereno.

Sin un claro propósito —a no ser el estético—
fueron hechas por Dios (lo que consta en el “Génesis”,
y verdad es la Biblia, la palabra infalible).

¿Cuál sería el servicio que prestasen al hombre
las endebles estrellas? Pues no tienen la fuerza
luminosa del Sol —de los días lumbrera—,
ni esclarecen tampoco semejante a la Luna
esplendente y redonda, coruscante Selene
con su brillo de argento —la lumbrera nocturna.

Mas… ¿no fue el mismo Dios que las puso en el cielo
como constelaciones, marcadores del tiempo
a lo largo del año? ¿No sirvieron de brújula
a los bravos marinos, con sus naves antiguas
que surcaron las aguas de los grandes océanos?
Para muestra, los nórdicos que llegaron a América
siglos antes que aquel genovés ambicioso,
que la historia conoce por Cristóbal Colón,
con las tres carabelas de bandera española.

Siendo el cielo finito, calculable es su número,
que no son demasiadas; tan pequeñas y pocas,
con holgura cabrían las coruscas estrellas
entre cuatro paredes (las de mi habitación).

Aunque brillan, no radia de su luz un calor;
son igual que luciérnagas, por su luminiscencia.
Ni el verano las tibia, permanecen incólumes;
por estar en la atmósfera no se ven afectadas
de ninguna manera por la ardiente canícula
de los días de julio y de agosto asfixiantes.

Las estrellas son frígidas, mucho más en la época
hibernal y otoñal, sobre todo en diciembre
y en el gélido enero (por sus noches más longas
y acortados sus días con templanza de sol).

El invierno las hace titilantes corpúsculos,
diminutas estrellas de una luz temblorosa,
asteriscos de hielo, bellos copos de nieve
adheridos al diáfano firmamento combado,
al hialino cristal de celeste tintín.

Si tuviese mis brazos de bastante largura
y pudiese alcanzar y tocar las estrellas,
sin dudarlo pondría unas diez en mis manos;
bajaría del éter las de más esplendor,
para luego incrustar más de un rayo acerino
—duros vértices finos de estelar geometría—
en el cielo del cuarto, reposar en penumbra
—con los ojos abiertos y en supino decúbito—,
ante el gran espectáculo de las parvas estrellas
frías e intermitentes, causadoras de arrobo,
y dormir y tener sueños gratos y lúcidos.

  • Autor: Alek Hine (Offline Offline)
  • Publicado: 30 de septiembre de 2018 a las 20:41
  • Comentario del autor sobre el poema: Versos alejandrinos.
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 39
Llevate gratis una Antología Poética ↓

Recibe el ebook en segundos 50 poemas de 50 poetas distintos Novedades semanales


Comentarios1

  • Lucy Shines

    Las estrellas se ven así porque están a gran distancia nuestra, pero claro que nos sirven de inspiración, se ven misteriosas. Yo vivía hasta hace poco junto a una laguna y allí las estrellas parecían brillar aun mas y han sido inspiración en varios poemas mios.

    • Alek Hine

      Sí, esas lucecitas en el cielo de la noche, que se apagan y se encienden como las de un árbol navideño, siempre inspiran algo a los poetas. Gracias por compartir esa perspectiva. Saludos.



    Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.