A UN PASO DE LA LUZ (capitulo 38)

Isaac Amenemope

Solté al viento cada una de tus horas, se conformó el trino de mis letras con asperjar el paso de tus noches; se conformó el instante con el repliegue de nuestras mismas intenciones. ¿Puedo ahora conformarme con una gota de tiempo pregnada de tu aroma?.

Yo me conformo con el resucitar de tus mañanas, y las ambrosías que guardas del frío; yo me conformo con volver a caminar sobre el filo de tu castidad, yo tengo mis deseos recostados sobre el hombro de tu inconformidad.

Pero no hice otra cosa que escarbar con las uñas de mi numen en tu pecho la nostalgia; no hice más que arrastrarme con mi lápiz por las calles de la finitud. Hasta llegué a pensar que de mis fuerzas no quedaría más que una impensada hoja, y que con cada punto de piedra colocado sobre tu parecer se agotaba el camino hacia el suicidio.

Mi paciencia respira trabajosamente cerca del derrumbe sustancial. Tuve por un momento que limitarme a mordisquear tus encantos; tuve que detenerme a mirar el mundo antes de volverme a zambullir en tus corrientes... Canta para mi rosa terrena, alza tu voz al clímax. No ves que el momento se marchita, y que su fragancia muere como vigilia de rosas. No ves que la primavera de tus ganas se niega a arropar el equinoccio de mi furor. Gira sobre tus emociones para que la savia de mis cristales se centrifugue entre tus órbitas. Bombardea con tus mimos las cargas de mi interior, que quiero desintegrar mis credos. Atraviesa la rigidez de mis líneas susceptibles, para así poder rasgar alguno de tus lienzos.

A veces las pinturas más hermosas deben ser palpadas; a veces las formas más perfectas se derriten bajo el calor de la mirada; a veces pienso que no hacen falta ya más signos para ti... No necesita rasgos tu maravilla de dulzura, ni conciencia tu pasión.

 

Nuevos ríos han de brotar en tus cuencas, tus arroyos faciales se convierten en afluentes de mi copiosidad, se engendran nacientes donde antes las raíces del placer suplicaban calma. Vi a mi alrededor un panorama reformado por la furia de la vida, vi en tus vítreas entradas los umbrales de una fogosidad inaplacable, vi bandadas de besos buscando desde el aire un lago donde refugiar el ansioso vuelo; te vi a ti observando desde el altozano una llanura comunicativa. Observa un poco más allá de tus necesidades, observa la canción de la tarde, la resolana resbalando entre las hendiduras montesas, busca la procedencia que la compone, búscate en el verde mis iris. Te verás como el reflejo de la contemplación, te verás dando pasos en un campo sin adornos, ni reservas.

 

Deja que el olfato de tu instinto te conduzca, deja que tus ropas caigan, deja que sea tu forma desnuda la que entre en contacto con mi bien. Entre nuestras pieles sólo debe haber un intercambio de respuestas. Tus límites no deben sino ampliarse en la profusión del comienzo; para que así mis propiedades puedan sentirse retocadas en tu superficie.

Así, cuando en nuestra unión no haya más espacio para el roce; así, cuando tus manos quieran recorrer hasta los vacíos de mi primordial sustancia; así, cuando te encuentres prendida de mi esencia, y no puedas desprenderte hasta madurar lo suficiente. Entonces podré meter mis dedos en la carne que protege tu semilla, y sorber de ella los hilos de néctar que de tu internidad destilen.

Yo apenas he probado de nuestra relación el gusto del intento, apenas he acercado mi curiosidad a las ventanas de esa otra realidad. Pero no puedo dejar de soñar con toda la carnosidad que aflora; veo la flor en que se hibridó esa pioncelada divina, con sus pétalos asomados a una atmósfera embriagante, bordeando una corola que podría obturarse para exprimir el pico del colibrí excitado.

Déjame deshojar tus convicciones, déjame coronarme en tus deseos. Nada podrá evitar que alimente con azúcares de mis glándulas los aleteos de tus cardúmenes, nada podrá evitar que mis lagos se rebosen, nada podrá evitar que me derrame.

Aguárdame sobre tu cama como si fueras la flor del ciruelo tumbada por la tormenta nocturna; aguarda mi calor como si fueras escarcha en la mañana, que voy a convertir el rocío helado de tu espera en gotas de felicidad, para que evaporen y condensen en el cielo de tu memoria.

Lloverá otra vez en tu nostalgia, y antes de que se borren los últimos rastros de alegría, habrán reverdecido nuevamente tus praderas, y tus arroyos pasionales, fugaces cual orgasmos, correrán por tierras de nadie hacia otro encuentro con el mar.

 

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Comentarios3

  • El Hombre de la Rosa

    Otra estupenda entrega de tu libro amigo Isaac Amenemope
    Grato placer haber leido tus letras
    Saludos de afecto y amistad
    Críspulo Cortés Cortés

  • Xiomiry

    Muy interesante he estado tratando de ponerme al día con tu libro, aún me falta re leerte nuevamente, pero me parece muy rico tu trabajo.

    Que tengas una placentera y hermosa noche, mi buen amigo.

  • Marellia

    Que hermoso, me encanta saber que de a poco te reincorporas a este espacio.
    Un beso de Luz



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