Paisaje para una batalla

¿Qué se «crea» en una obra poética?
Es quizá, bastante natural concentrarse primero en torno a la relación entre una imagen y su objeto; e igualmente natural es tratar un cuadro, una estatua o un poema como un trasunto de la realidad. Lo sorprendente es cuando esa obra se desprende del marco y nos lanza a la cara su desnudez, su individualidad que, en muchas ocasiones, deviene de todo una serie de existencias que la preceden y anticipan.

«Cada generación debe traducir para sí misma, por sí misma», exclamaba Eliot en su Introducción de 1928 a la poesía de Pound. Debe, en fin, batallar por su estética contemporánea y actuar sólo después de haber adquirido una madura conciencia crítica de sus débitos y herencias. La poesía, siendo en sí misma batalla, se dibuja así como un paisaje para la batalla. Un espacio para la lucha entre el yo y el ello. Y de aquí, más que de su presunta adscripción a una u otra de las tan traídas y llevadas escuelas, es de donde surge su coetaneidad. A menudo se olvida, pero una de las notas distintivas del arte contemporáneo es la objetivación del discurso artístico, la búsqueda -evidente la influencia de ese amplio sistema epistemológico que es el marxismo- de la base real, de la materia desde la que se entretejen las ideas artísticas. La poesía no ha sido ajena a ello, y de ahí la irrupción desbordante, a veces traumática del yo, un yo en búsqueda constante, acaso a sí mismo, siendo como es filibustero de sí mismo.

El poeta, consciente de ello, necesita comunicar, hacer visibles las contradicciones, la navegación y los abordajes, y usa a propósito de un lenguaje claro, descarnado, duro e indócil. Un lenguaje que por elección, intención y resultado es poético. Un lenguaje-materia con el que construye unos poemas-persona con los que, gracias a un peculiar y apenas perceptible juego de espejos y claroscuros, se entromete y compromete, buscando su factor último, en el amor y el desamor, en el encuentro y la ruptura, en la transitoriedad y en la permanencia. En la vida. Y por ello necesita de lo figurativo, lo mismo que Magritte, para explicar la realidad contra la superestructura de la apariencia. La manera en que lo hace, su poética, es simplemente su libertad y, en ningún caso, la lírica, aunque no la rancia, está reñida con la crudeza y el desarraigo. Ya Eliot escribió algo al respecto: «el poeta que comprende almenas y parapetos es capaz de entender cotidianidades y viceversa. Algunos son capaces de entender la arquitectura de la catedral de Albi, por ejemplo, visualizándola como una fábrica de panecillos; otros logran entender mejor una fábrica de panecillos pensando en la catedral de Albi. Es simple diferencia subjetiva del método. La dársena excava y el águila vuela, pero su fin es el mismo: existir». Tomar lo que el día a día nos ofrece, construir los poemas con lo que se tiene más a mano, no significa trivializar la poesía, privarla de lenguaje e imaginación, desposeerla de literatura. No, la forma es lo que la palabra interior del poema elige para situarse entre lo desconocido. El lenguaje-materia se despoja de ornamentos, se desnuda a la par que lo hace el individuo que se hospeda en cada poema. Pero no por descarnado el lenguaje, se enajena de tropos. Antes bien, lo inexpresado siempre purifica y el significante vivifica el significado como un misterioso viajero detrás de la bruma.

Más información sobre Juan Ramón Mansilla

Comentarios1

  • Horacio

    Me gusta la fuerza y la convicciòn, la vision y lo contrastante del poeta.Muy bueno



Debes estar registrad@ para poder comentar. Inicia sesión o Regístrate.