Mirar el futuro desde el pasado


La infancia es, mirada desde nuestra realidad adulta, un cúmulo de recuerdos, de sensaciones, de sonrisas.

Un tiempo de inocencia en el que, si bien tuvimos que soportar (seguramente todos) muchas cosas que no nos gustaban, aprendimos cosas que nos sirvieron mucho posteriormente.

De aquel período conservamos la memoria de nuestras primeras ilusiones, de nuestro primer encuentro con el mundo y observando esos instantes que han quedado marcados a fuego en nuestra mente podemos comprender el futuro que nos espera o el que ya hemos conseguido. En este artículo abordaremos este tema.

Lo doloroso de los recuerdos

Los recuerdos, a veces pueden ser sumamente dolorosos, al punto de hacernos llorar aunque ya las experiencias estén totalmente alejadas de nuestra realidad.

Existen quienes, para evitar el sufrimiento y volver más amena la cotidianidad, evitan pensar en ellos, llenan su vida de sensaciones agradables que cada vez dejen más lejos esa infancia adolorida, niegan su historia e intentan construir desde el presente hacia el futuro, como si ya no tuvieran un pasado, el cual con el paso de los años se vuelve más difuso hasta que finalmente desaparece.

Otros prefieren transformar esas experiencias en arte, volviéndolas no soportables pero sí parte de la existencia, dotándolas de una significación que hasta podría decirse que las vuelve necesarias para la comprensión de la vida tal cual es.

Creo que para profundizar aún más en el tema, la literatura más adecuada será la del período clásico ruso. Autores como Fedor Dostoyevski o Lev Tolstói supieron plasmar de forma extraordinaria su memoria. En esos personajes capaces de aferrarse a los aromas y los sonidos que colmaron su infancia; de vivir a través de esos recuerdos un presente más alentador.

Mirar el futuro con ojos de niño

La infancia es una de las etapas más fundamentales en la vida de un ser humano, en el que se graba la impronta de vida que lo acompañará el resto de su vida, la cual puede ser modificada pero nunca borrada.

Los recuerdos que se conservan de este período pueden ser quienes nos ayuden a mirar el futuro con buenos ojos o a no desearlo. Posiblemente, en esta etapa se siembran las bases de lo que será nuestra forma de entender la vida y enfrentarnos al mundo.

El futuro es algo incierto, que desconocemos y que, según pasan los años parece acortarse. De niños la palabra futuro nos hablaba de algo muy lejano, que llegaría cuando creciéramos y tuviéramos la suficiente madurez como para escoger nuestro propio camino. A medida que fuimos creciendo ese momento se acercó… y finalmente, llegó… y entonces, el futuro se convirtió en algo más simultáneo, algo que vendrá mañana o dentro de un año; algo que nos permite ampliar nuestros horizontes, ser más felices, crecer profesionalmente, etc.

Ahora, el futuro es algo que tenemos que construir, miramos el concepto como algo activo, no ya con la pasividad de los 10 años, cuando creíamos que ese mañana lejano nos revelaría la razón de nuestra vida, para el que no hacía falta más que vivir, ni tomar decisiones ni comportarse de una determinada forma.

El futuro que llega

Cuando nos hacemos grandes, ya estamos en ese futuro y desde él lo que se ve lejano no es ya lo que vendrá después sino el pasado, aquella vida virgen, impoluta que tuvimos de niños, cuando los pájaros podían ser hadas que venían a cantar a nuestra ventana para desearnos los buenos días y nuestros padres eran esos seres incorruptibles y perfectos que nunca dejarían de amarnos y de cuidarnos.

Desde este futuro miramos ese pasado, que ya no es, que parece como si nunca hubiera sido, y miramos los pájaros, como animales vertebrados de sangre caliente que poseen la suficiente elasticidad y liviandad como para dejarse llevar por el viento moviéndose de un sitio a otro… y vemos a nuestros padres como dos ancianos que parecen quebrarse a cada paso, de los que ya no quedó nada de aquel estoicismo, de la violencia, de la fortaleza… Ahora podríamos partirles la cara si lo deseáramos y nada podrían hacer…

Porque la madurez, ésa que tan lejana veíamos en la infancia ha llegado, y el futuro es hoy… y la infancia ha caído como lo hace el sol en Oriente, de una forma violenta y brusca, por citar palabras de Ana María Matute, aunque con una clara diferencia: el sol volverá a salir al día siguiente, pero el pasado es ya irreversible.



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