Las orillas del lenguaje

Las orillas del lenguaje

Las fronteras nos limitan. Vivimos acostumbrados a etiquetarlo ABSOLUTAMENTE TODO y nos olvidamos de lo que verdaderamente importa que no es la forma sino lo que las cosas y las personas tienen para enseñarnos y brindarnos, más allá de los límites. Las fronteras sexuales, las de nacionalidad, las de profesiones, las fronteras sociales, nos limitan.

Vivimos rodeados de etiquetas, siendo etiquetados y etiquetando; no obstante, la vida nos ofrece una oportunidad: la literatura nos permite viajar e instalarnos en otras vidas, empatizar con individuos que no se parecen en nada a nosotros y ver la vida desde otra orilla. Y lo hacemos.

Las fronteras lingüísticas lejos de ser una línea que nos divide, bien miradas, pueden ser una fantástica forma de entender y profundizar las posibilidades del lenguaje.

Las fronteras lingüísticas

Algunas fronteras lingüísticas están más marcadas que otras. Generalmente se llama así ese espacio en el que dos territorios colindantes se unen: una ciudad donde tiene lugar una gran afluencia de personas de uno y otro país y donde se da un intercambio de hablantes y hábitos lingüísticos. No obstante, también podría denominarse frontera lingüística ese punto abstracto en el que dos idiomas o dialectos se encuentran y parecen confundirse (para este tipo de límite no hace falta que exista un territorio físico, incluso la red podría ser uno de ellos).

Ciertos intereses o gustos nos acercan a otras culturas y al acercarnos a ellas aprendemos a combinar lo que traemos con lo que el lugar tiene para ofrecernos: y ahí se crea un nuevo algo, que no puede llamarse idioma, ni lenguaje, pero que es tan real, como las historias que leemos.

Al encontrarnos con otras formas de hablar, aprendemos a comunicarnos de la forma que comprendemos que es más eficiente en ese lugar; dejando de lado viejos hábitos, cambiando palabras para ser claros. Porque, en definitiva, el lenguaje es para eso: para comunicarnos y mantenernos rígidos en nuestros modismos o nuestras costumbres, no permitimos la fluidez del intercambio comunicativo.

Las orillas del lenguaje

¿Por qué existen las fronteras?

Una de las preguntas más antiguas en torno al lenguaje es la que intenta dar con las razones por las que en cada lugar se habla de forma diferente. Según la Biblia se trataba de un castigo divino, para evitar que todos los hombres se pusieran de acuerdo y destruyeran el mundo (léase la historia de la construcción de la torre de Babel).

Las hipótesis son muchas: desde esta mágica y descabellada historia hasta aquellas que explican que el lenguaje se encuentra vinculado con la tierra y por eso en cada territorio debe hablarse de una determinada forma. Pero en realidad las fronteras lingüísticas sólo indican que se establecen diversas relaciones entre los pueblos y se crean mercados comunicativos que permiten el desarrollo de los pueblos. Por ejemplo, las lenguas románicas fueron el resultado de un período de falta de comunicación entre las diferentes regiones del gran imperio. Y, de acuerdo a la influencia que cada región recibió, se fueron modificando con el paso del tiempo y las invasiones.

Relacionar al hablante con una tierra es algo totalmente falso, y cada vez lo será más porque vivimos en un mundo en el que muchos somos extranjeros, incluso quienes viven en el lugar donde nacieron. Los judíos mantienen su idioma, y no podemos relacionarnos con un lugar, sino con un pueblo, con una cultura que a la vez se ha mezclado con otras.

Los mapas lingüísticos ya no se encuentran ligados a la tierra sino a las personas, a la forma en la que cada uno desea comunicarse; por eso, podemos hablar muchos idiomas, sin dejar de ser una persona.

Las orillas del lenguaje

Enriquecernos con el lenguaje ajeno

Ir hacia el límite de las fronteras lingüísticas puede ser sumamente enriquecedor; relacionarnos con personas que conviven de otra forma con el lenguaje y que manejan otros códigos puede ser una de las mejores experiencias para los que deseamos explorar las capacidades de la lengua.

Lo primero que hacemos cuando escuchamos a un extranjero hablar español es reírnos. ¿Por qué? En esa persona, intentando farfullar esas palabras sencillas que nosotros sabemos decir casi desde que tenemos uso de razón, confundiendo los masculinos y los femeninos, el lenguaje está desarrollándose, está intentando abrirse camino. Relacionarnos con alguien que está aprendiendo a decir casa, mamá, tiempo, amigo, y que se confunde los sonidos puede ayudarnos a entender la profundidad del lenguaje; a acercarnos al mínimo sonido que envuelve cada sílaba, a saborearlo, a entender cómo suena y cómo podría sonar. A estudiar aquello que damos por sentado.

Para aceptar la realidad, para eliminar las fronteras que nos subyugan y crecer, la única alternativa que tenemos es vivirla como si se tratara de una historia de ficción, donde seríamos capaces de convertirnos en cualquier persona. De este modo, podríamos ir al límite de las fronteras lingüísticas y acercarnos a los otros de una forma nueva. Y estoy segura de que nuestra comunicación tendría un resultado mucho más efectivo.

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Comentarios1

  • Pedro Estrada Vega

    Es muy interesante este artículo, porque nos permite comprender que la comunicación humana puede y debe ir más allá de los lenguajes convencionales; más allá de que debemos utilizar lo mejor posible y de manera adecuada nuestro lenguaje nativo y los que podamos ir aprendiendo, respetando y valorando siempre a todos nuestros interlocutores...



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