Escrivisiones X

ESCRIVISIONES. Maria Eugenia Caseiro [entrega 9]
Continuación:

LA PALABRA.

«… (Me han contado que Buñuel también hablaba solo por la mañana, para comprobar el progreso de su sordera) yo lo hacía para comprobar el sonido y la potencia de mi voz…» Pedro Almodóvar.

En tiempos muy remotos todo lo original y capital ya estaba presente en la vida. En el proceso evolutivo que determinó la aparición de la especie humana (hominización) la necesidad de información del homínido y la presencia de mutaciones en el tracto vocal, consiguieron control del cerebro sobre las emisiones de la voz y las condiciones se hicieron propicias para facilitar la producción de la voz.

El aparato fonador humano es el equipo encargado de producir la voz. La voz humana está integrada esencialmente por ondas de presión producidas por dicho aparato, utilizando el movimiento de los órganos articulatorios que dan forma a una cavidad acústica, el tracto vocal. Para que se produzca el sonido se precisa una fuente de ondas de presión de aire, conformada por la vibración de las cuerdas vocales (caso sonoro), o por una aspiración (caso sordo). En este mecanismo acústico, modelo de entrada-salida, en el que la señal de la voz es la salida de un sistema lineal o filtro (semejanzas que dan base al sistema utilizado en la fabricación básica del micrófono) y en cuya entrada se encuentra la fuente acústica antes mencionada, localizamos la laringe que es una estructura móvil, que forma parte de la vía acceso del aire y usualmente actúa como una válvula que impide el paso de los alimentos deglutidos u otro cuerpo extraño hacia el tracto respiratorio inferior, pero que también permite el mecanismo de la fonación.

Ya que la emisión de sonidos está condicionada al movimiento de las cuerdas vocales, son los movimientos de los cartílagos de la laringe, los que permiten variar el grado de apertura entre las cuerdas y una depresión o una elevación de la estructura laríngea, lo que habilita la variación del tono de los sonidos producidos por el paso del aire a través de ellos. Esta producción conjunta unida a la disposición de los otros componentes de la cavidad oral (labios, lengua y boca) con la industriosa intervención del cerebro, permite determinar los diferentes sonidos emitidos cuyo resultado final es el habla humana.

El habla se fue componiendo con el uso del llamado protolenguaje (los primeros vocablos) y posteriormente hilvanando con la sintaxis (ordenamiento o enlace de las palabras en una oración). Las palabras, que con el paso del tiempo han venido transformándose, o simplemente se han ido reajustando con el cambio de una sociedad a otra, de una lengua a otra, nos han servido para nombrar estos elementos originales y capitales además de todas las cosas; al mismo tiempo, aunque al hablar usamos un lenguaje en el que las palabras nos están dadas y los conceptos se ajustan a éstas de manera sistemática, el lenguaje ha sufrido caprichosas torceduras que en muchos casos tal vez influya hasta en los propios conceptos.

“…y, por tanto, sólo a través de los conceptos, podemos, en nuestro presente, enfrentarnos con nuestro mundo de un modo crítico (una crítica que puede afectar, desde luego, a los propios conceptos).” Dice Gustavo Bueno, filósofo español, catedrático de la universidad de Oviedo en Asturias.

Según la escuela existencialista en la que Martin Heidegger (1889-1976), ampliamente considerado como el filósofo más original del siglo XX y quien desarrolló la fenomenología existencial, propulsa la filosofía a partir de una nueva interpretación del mundo y del hombre por medio de la que puede escucharse la voz del ser, el ser es lenguaje y tiempo y los prejuicios y expectativas como consecuencia del uso del lenguaje, siempre se interponen entre nuestro contacto con las cosas. Heidegger denuncia las habilidades etimológicas en las que ciertos criterios idealistas pretenden que una palabra valga, no por lo que significa con arreglo al desarrollo histórico de su empleo real, sino por lo que debería denotar dado su origen.

San Agustín en sus “Confesiones” se expresa acerca de un significado cabal para la voz cogito derivación del verbo cogitare que significa pensar, la que dice queda reservada a la función del alma, y de la que afirma solo puede usarse cuando se trata de recoger lo que se ha juntado, no en un lugar cualquiera, sino en el alma. Ya sabe usted estimable compañero de viaje, que tenemos una memoria prehistórica, una memoria que obedece al fondo común, la memoria del alma.

Wilhelm von Humboldt, (1767-1835) humanista, lingüista y reformador del sistema de educación en Alemania, en su Tratado Sobre la Diversidad de la Estructura del Habla Humana, concedió al tiempo, debido al creciente desarrollo de ideas, el aumento en la capacidad reflexiva y una mayor sensibilidad del hombre, sin ser modificado en sus sonoridades, formas y leyes, el poder de introducir en el habla lo que anteriormente no poseía.

Aún cuando la diversidad de escuelas filosóficas en las que se acumulan siglos de erudición en su trayectoria hasta nuestros días, se ha encargado de desglosar, detallar y especificar términos, no se logra adecuar la producción cambiable del lenguaje a la condición prehistórica e imperecedera del concepto. Dice Friedrich Nietzsche: “Hay muchas cosas que no se quieren saber, pues la sabiduría pone límites hasta al conocimiento.” Pero también con el paso de generaciones, supongo que sin darnos cuenta, hemos ido encasillando los conceptos al acreditarles los sonidos y grafías del lenguaje, que dada la magnitud de esas manifestaciones originales y capitales en confrontación con el revolucionario desempeño de la vida en su recorrido hasta nuestros tiempos, no abarcan en toda su plenitud y encanto la realidad y la virtualidad simultáneas de su razón.

Ese compendio de las palabras, según la lengua: el diccionario, que todos usamos aunque sea de vez en cuando, y que nos ha servido para organizarlas alfabéticamente e identificar cada una de ellas por su significado entre todas las demás, incluso para seguir añadiendo las nuevas palabras que continúan enriqueciendo el habla humana, es una fabulosa producción que aunque sirve para satisfacer las necesidades de nuestro estándar en lo que a conocimiento se refiere, como toda creación humana, y ya lo he dicho antes, se escapa de la perfección y, en muchas oportunidades, dista aún de ofrecernos lo que por naturaleza de esa memoria prehistórica, del alma, exige la legitimidad del concepto y la esencia fundamental de la vida. Aunque no tenemos una fórmula ideal para establecer una diferencia entre tal estándar y la dimensión expresa del concepto, al menos contamos ya con la admisión de dicha diferencia, añadida la condición elíptica al tiempo que evolutiva, tanto de la mente como de la necesidad de información del hombre de todo tiempo.

I. Semántica.

El griego se habla aún (…) / Fatalmente se extinguirá de lo helénico, / pero aún resiste como puede. ” Cavafis

Con ayuda del diccionario nos enfrentamos al fascinante ámbito de los conceptos, de las palabras que nos sirven para nombrar, calificar, limitar o ampliar esos conceptos; también al contraste, a la ambigüedad y la relatividad, a la inconformidad, a la meditación y a la duda. ¿Por qué podemos entonces tener una interpretación propia del mundo que nos rodea y no de las palabras? Podemos someter las palabras, someter el lenguaje, acomodarlo a conveniencia y esto sucede de forma natural y espontánea, sin que en ello tenga que ver el conocimiento o la cultura del individuo, o bien, usando esa cultura ya sea para emplearla en un análisis profundo y personal de un vocablo x, como también para idear uno de uso personal. Pongamos por ejemplo el término escrivisión (producto de fabricación casera o home made, como se dice aquí en Norte América), que utilizo como título para el presente trabajo. Si escribo mi visión que es anterior o compartida con el acto o acción de escribir dicha visión; esa producción simultánea es a mi juicio una escrivisión; término que solamente puedo emplear de manera correcta cuando lo aplico a lo que escribo, no desde un punto de vista cualquiera sino, desde el punto de vista del espíritu. De manera que sumada la combinación de las primeras cinco letras del verbo escribir (lat. scribere) que significa representar las palabras o las ideas con signos convencionales trazados en papel u otra superficie, con la palabra visión (lat. visionem) que es la percepción por el órgano de la vista, pero que a su vez asume el concepto de la percepción imaginaria y la representación de la memoria; todo ello, utilizando los apóstrofos correspondientes a las reglas ortográficas y fonéticas, da lugar a este vocablo, de un léxico digamos infrecuente, como muchos otros que tal vez usted usa en su casa, aunque no comparta con otros; no obstante como voz, no tome en cuenta a la Real Academia o no escape de las reglas gramaticales, aunque sirva perfectamente al propósito de comunicar, característico en el ser humano.

Cada cual puede concebir sus palabras, o interpretar las que ya tenemos, como desee; innovar conceptos, aunque en la mayoría de los casos partimos de una referencia capital. Sin embargo la palabra, por encima de toda intención humana, desde la legitimidad de su alma de acepción prehistórica, se revela ante la imperfección y la indolencia de la historicidad.

Las palabras pueden conceder la paz y pueden, también, declarar la guerra; pueden aclarar las cosas u oscurecerlas; ser caudalosas y profundas, como llanas y simples; de facultad polisémica o fusionada, mutables, amorfas, clandestinas, manifiestas, infinitas… Las que para uno son armoniosas, puede que a otro parezcan discordantes. Cada quien, implicado el plano en que toma asiento su suceder y proceder, las interpreta, o al pronunciarlas les imprime un sello y al mismo tiempo un matiz diferentes. Bien sentencia Gustave Flauvert en su Madame Bovary: “...la palabra humana es como un caldero cascado en el que tocamos melodías para hacer bailar a los osos, cuando quisiéramos conmover a las estrellas. »

Creemos que cada ocasión y circunstancia nos otorga licencia para combinarlas en toda su magnitud o exprimirlas y reducirlas a lo más escueto de todo; un gesto, que no lleva palabras pero que las deja flotando en el aire como la esencia del concepto mismo, a la espera de cualquier interpretación o ninguna, de modo que cada cual las tome por su lado y a la hora de determinarse, no hay determinación. La misma palabra puede decir o callar; perdonar o castigar; amar u odiar; matar o salvar…, y el surtido es inagotable llevando implícita la calidad moderadora y sempiterna del alma del vocablo.

El mundo encierra la verdad de la vida, aunque la sangre mienta melancólicamente…” Vicente Aleixandre.

Después de la etapa del balbuceo y los monosílabos, y una vez que comienza a incorporar el lenguaje como medio más completo de comunicación, un niño puede usar perfectamente las palabras que necesita para hacerse entender y obtener respuestas, pero también puede disfrutarlas, elegirlas y clasificarlas en su lógica axiomática; las que lo seducen, para tratar de explicarse de forma mágica el mundo que lo rodea; aquellas que rechaza pueden tener un efecto desfavorable en la interpretación; otras que pueden serles indiferentes, y siempre hay algunas a las que tiende a cambiar su sentido capital por algún otro, que para su modo de interpretar, es original e inocente. Personalmente me inclino a la idea de que lo verdaderamente original está en la creatividad, la agilidad y la práctica de un niño, y es por ello que tal vez debamos comparar el ingenio y la originalidad infantil con esas condiciones preexistentes en el ser humano en sus comienzos cuando articulaba los sonidos que extraía de sus propias profundidades, en completa inocencia; los sonidos de la naturaleza, magia y esencia fundamental de la vida.

Continuará……….
Adelanto para la próxima entrega:
EL ALMA.

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