Sergio Chejfec: «Vivir en el exterior reafirmó una relación de distancia con lo escrito»

Entre las muchas cualidades que percibo en la escritura de Sergio Chejfec, me impacta con especial asombro su cultivo de un lenguaje de frontera, que hace posible un discurso que nunca responde a los mecanismos de ningún género ni de cualquier tipo de exigencia fabricada por otros. Gracias a ello, Chejfec construye mundo desde una argumentación que limita de un lado con lo erudito y del otro, con el lenguaje coloquial. Y desde esa orilla nos fascina y nos anima a reflexionar sobre el mundo y sobre la literatura. Mantuvimos una charla en torno a «5», su último libro publicado por Jekyll & Jill, donde nos reveló algunas curiosidades respecto a la semilla, la composición y las obsesiones que hicieron posible esta obra extraordinaria. Va aquí la primera parte de la entrevista. El lunes, no te pierdas el desenlace.

Foto: Paco Fernández


 
P—A propósito de «5», ¿de dónde surge el título?

R—El título viene de «Cinco», una novela corta que escribí en 1995, en una residencia para escritores. Durante un tiempo quise dar otra forma a ese relato, un tanto fragmentario y dislocado. Pero al final lo tomé como excusa para escribir una historia sobre esa residencia en la que escribí «Cinco». Me pareció justo conservar el espíritu de la reescritura, aunque fuera en el título. Por eso 5, que es y no lo mismo a cinco. Este «5» incluye «Cinco» y una «Nota», y viene a ser explicación caprichosa de aquella experiencia como residente.

P—Según la Numerología el 5 está relacionado con la adivinación y esas fuerzas misteriosas que se activan en los viajes. Me gustaría saber si es una pura coincidencia.

R—Coincidencia. El título «Cinco» fue homenaje a Antonio Di Benedetto, y alusión, también agradecida, a un extraño relato suyo titulado «El pentágono». No fue el único título de ese texto, en una época Di Benedetto solía cambiarlos, no sé con qué criterio. Quizá no sea necesario tener un criterio, porque cambiar un título es la operación más económica que un autor puede realizar para modificar un texto. En cualquier caso, como título «El pentágono» me intrigó por la arquitectura que prometía, un campo de fuerzas orgánico, un sistema de cinco elementos. Es un relato geométrico, o por lo menos parece derivarlo del título gracias a esa forma de enunciar tan escueta y afilada de Di Benedetto. Por estos motivos fue una narración inspiradora, y por eso precisé brindarle homenaje y en cierto modo hacerla mía como «Cinco».

P—Me interesan mucho las formas en las que la escritura se transforma cuando es atravesada por la experiencia migratoria. ¿Cómo ha repercutido en ti la extranjería?

R—Prefiero llamarlo cambio de lugar. Durante un tiempo pensé que, en realidad, había salido de mi país antes de haberme ido. Sigo pensando así. Pero también que con cada libro se renueva esa condición de “no estar”. Igual a una llama que arranca con fuerza y luego se va debilitando, hasta que otro libro le da nueva vida. La pregunta por los efectos sobre uno mismo de no residir en el propio país es de las más abstractas. Supongo que vivir en el exterior reafirmó una relación de distancia con lo escrito, que ya estaba desde antes.

P—¿Una extrañeza heredada?

R—Tendría motivos para hablar de una extrañeza heredada, pero creo que se trata más de una extrañeza adquirida. Claro, no deliberada. Una organización de las cosas.

P—Afirmas que la geografía es la verdadera motivación de la literatura, ¿qué quieres decir?

R—Quiero decir que la geografía, y la organización espacial en general, se levantan como desafío constante para lo literario. No me refiero al desafío de la representación, o no solamente a ello, sino a una negociación que amenaza con abolir a alguno de los contrarios. La geografía es lo que más resiste a quedar fijado por la narración o la poesía; la geografía sigue en pie, aunque cambie, es algo que debe asumir el relato, como si se tratara de una fuerza superior, una fuente de sabiduría. Creo que en esa imposibilidad permanente de lo literario está el motivo de su constante reproducción.

P—¿Es difícil escribir desde un lugar geográfico en el que no se han construido recuerdos?

R—No es más ni menos difícil. Al comienzo es diferente. El narrador establece una iconografía privada. Es igual de divertido porque se pone en escena una negociación.

P—¿No supone una mayor dificultad esta dicotomía en la identidad en cuanto a la toma de decisiones relacionadas con el punto de vista de la escritura; me refiero, por ejemplo, al punto de vista de la tradición a la que adherirse, tanto literaria como cultural?

R—No encuentro la dicotomía. La imaginación o la tradición te acompañan, con independencia del lugar. Uno advierte que no escribe para la comunidad inmediata en la que vive. Pero eso me ha ocurrido siempre, porque dejé de residir en Argentina a la semana que salió mi primer libro. Sin embargo mi inscripción es con la literatura argentina. Lo bueno de la literatura es que admite varias localizaciones simultáneas y no excluyentes.

P—¿Por qué te interesa moverte en ese territorio de orillas difusas entre géneros literarios?

R—En cierto modo en eso consiste la narración. Primero me oponía a la secuencia lineal de las historias, luego vi que ese tipo de historias, a veces, me llenaban de placer y me conmovían. Y sigue ocurriendo. Ahora pienso que una obra debe ser porosa a lo que no es; debe ser insegura respecto de la forma, porque esa inseguridad es un modo de hacer relativo el supuesto significado para, de ese modo, inducir más a preguntas que a respuestas.

P—Una calle inclinada en un barrio invisible. Esta imagen atraviesa la vida de María y la del niño, y sus destinos también. Lo veo mucho en tu obra: imágenes que sirven de disparadoras para explicar o plantear inquietudes casi sociológicas. ¿Cómo funciona en ti la asociación de ideas-imágenes en el proceso de escritura?

R—Esas ideas-imágenes tienen el valor de escenas, en su sentido teatral. O como si fueran vitrinas, atrios o espacios físicos en donde se producen las acciones y se dan las relaciones entre los objetos. Frente a una instalación no se supone una lectura lineal; cada quien arma el propio recorrido y contemplación. La mirada organiza lo visto en términos de secuencias simultáneas, porque todo convive en paralelo. Es lo que trato de explorar en mis libros; que el lector crea haber asistido a una constelación simultánea, con elementos que organizados en términos cronológicos, pero cuya presencia se prolonga a través de otros objetos o de una memoria interna que los relaciona.

P—¿No te preocupa que para alguien pueda perder rigurosidad un ensayo que se plantea como ficción o con cierta teatralidad?

R—Creo que no me preocupa. Tampoco me preocuparía lo contrario, por ejemplo que para alguien el ensayo de ficción sea lo más riguroso que puedo encontrar. En verdad no me hago cargo de lo que una persona encuentre, porque creo la lectura construye el relato y se interroga por sus significados de un modo abierto, no necesariamente al pie de la escritura.

Continuará…

Primera parte de la entrevista al escritor argentino Sergio Chejfec, en la que dialogamos sobre su libro «5» (Jekyll & Jill).

Comentarios1

  • bambam

    Me fascino este análisis de la escitura



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