El 18 de marzo de 1809 se produjo en La Habana el nacimiento de Diego Gabriel de la Concepción Valdés, quien al crecer dejó una huella imborrable en el ámbito de las letras gracias a su don natural para la composición poética. Plácido fue el seudónimo que eligió para firmar sus obras.
A fin de recordar su figura y permitir que lectores de distintas generaciones y nacionalidades conozcan su legado, a continuación vamos a repasar las vivencias personales y profesionales de este hombre que llegó a ser, en Cuba, uno de los exponentes más sobresalientes del Romanticismo.
Una bailarina española llamada Concepción Vázquez y el barbero afrocubano Diego Ferrer Matoso fueron los padres de Gabriel, cuyo apellido honra al obispo que fundó la Casa Cuna donde su madre, a poco de haberlo traído al mundo fruto de un romance clandestino, decidió abandonarlo. Según se cuenta, fue su progenitor quien lo retiró de allí para hacerse cargo de él.
El escritor pasó una infancia con privaciones económicas y fue discriminado por ser mulato. Aún así, venció obstáculos, se preparó y desplegó su potencial artístico. El taller de Vicente Escobar le dio la posibilidad de instruirse en caligrafía y dibujo, mientras que en 1823 empezó a frecuentar la imprenta de José Severino Boloñá con el objetivo de aprender tipografía. Temporadas después se mudó a Matanzas, donde ganó dinero haciendo peinetas de carey y aportó textos a “La Aurora”.
Quien frecuentara la tertulia de Ignacio Valdés Machuca, de igual modo, fue colaborador de medios de Villa Clara como “El Pasatiempo” y “El Eco”.
“Una hermosa”, “La siempreviva”, “La flor de caña”, “Jicotencal” y “A una ingrata” son algunos de los poemas que enriquecen la producción literaria de este escritor que, en la década de 1840, fue perseguido y encarcelado en más de una ocasión.
El 28 de junio de 1844, Gabriel de la Concepción Valdés, tras ser acusado de participar en la supuesta Conspiración de la Escalera, fue fusilado en la provincia de Matanzas.
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