Pilar Bellver: «La historia de la literatura es la historia de la acumulación»

«V y V. Violación y venganza» de Pilar Bellver (Dos Bigotes) es una novela que se construye desde el mito de Progne y Filomela y nos ofrece una mirada renovada y detallista en torno a diversos aspectos de la realidad tales como la violencia machista, el abuso de poder por parte de las grandes firmas económicas y la desigualdad de clase. Le pregunto a Pilar acerca de la respuesta que ha tenido por parte del sector académico. Me cuenta que no ha tenido noticias de que algún especialista en mitología clásica se haya ocupado de la novela. Ojalá que esto cambie pronto. Mientras tanto, va esta charla en la que hemos conversado en torno a esta novela y a la venganza.


P“No deberíamos pedirle a la venganza que tuviera algún objetivo, alguna utilidad, alguna razón de ser fuera de sí misma”. ¿Es peligroso querer darle un sentido a todo lo que hacemos?

R—No. De hecho, tenemos que dárselo. Pero somos nosotras las que tenemos que darle sentido a nuestros actos según nuestros criterios. Porque lo peligroso, y eso es lo que quiere destacar esa frase, es que aceptemos que sea el sistema al que nos oponemos el que determine qué tiene sentido, qué es útil o inútil, qué es lo justo y lo injusto. Para el sistema en que vivimos, la única fuente de justicia legitimada es la que emana del estado. Por eso es importante cambiar las leyes y sancionar a los jueces prevaricadores para que se reduzcan los niveles de impunidad en que suelen quedar los delitos que se comenten contra las mujeres. Pero el estado no es la medida de todas las cosas. No hay que pedirle al estado (ni a éste ni a ninguno) que asuma tareas de venganza legalizando la pena de muerte o la cadena perpetua. Yo jamás estaré de acuerdo con eso. Y ello por dos razones: porque la ley del Talión no me parece la mejor guía y porque no me fío ni un pelo de a qué clase de delitos y a qué clase de gente le aplicaría esas penas un estado como el nuestro. No. Yo entiendo la necesidad de venganza que puede sentir una víctima (la necesidad de un castigo que vaya más allá de las leyes vigentes), pero la entiendo como un asunto personal. Un violador o un maltratador haría bien en no dar por hecho que sólo tendrá que enfrentarse a las leyes. Debería temer también a la ira de su víctima. Es verdad que la ira nos ha sido vetada a las mujeres (hablo de esto en mi novela). En los hombres, sin embargo, la ira no sólo se entiende, sino que es uno de los atributos que adornan su virilidad. Pero hay mujeres que no aceptan vetos. Igual que ha habido a lo largo de la historia oprimidos que, a título personal no sólo político, tampoco han aceptado que su opresor los humille. También un opresor debería temerse que alguna de las personas a las que explota decida, viendo que no puede hacerle nada por la vía legal, hacerle algo por la vía privada. Hay una justicia pública, pero quizá haya también una justicia privada. La justicia pública debe ser racional, garantista, gratuita e igual para todxs. Pero la privada… ojo, porque la privada no tiene por qué regirse por los mismos baremos. A la privada le basta la ira y conocer al culpable. Saber quién es. A los explotadores de la clase obrera apenas podemos identificarlos ya personalmente gracias al invento de las sociedades anónimas, pero la mayoría de los violadores y los maltratadores sí que son personalmente conocidos por su víctima. Siete de cada diez violaciones que se denuncian las comenten hombres a quienes la víctima conocía previamente. ¿Y qué pasa cuando una mujer decide que no se conforma con la denuncia y no acepta el calvario judicial que la espera; sobre todo después de sentencias como la del juicio de la manada o la de ese juez que no considera violación la violación de una niña de cinco años porque ésta no se resistió? O, peor, ¿qué pasa con esas violaciones, como la que narra mi novela, que lo son, pero que resultan indemostrable ante un tribunal? ¿Deben quedar impunes? Quizá haya mujeres como Filomela y Progne, las protagonistas de Violación y Venganza, que no acepten quedarse de brazos cruzados. Ellas actúan. Y quizá haya grupos clandestinos como el GGD, Grupo para la Globalización de la Destrucción, que también decidan actuar al margen de la ley para pedir precisamente que cambien las leyes.

P—Además de ofrecernos en “V y V” una obra amplia con una trama central enriquecida con múltiples subtramas, te apoyas en diversos registros. Pasas de la oratoria a la narración periodística, a la carta, a la oda, y haces saltos temporales bruscos, ¿cómo lo consigues? ¿cómo trabajas cada registro para que te queden tan bien amalgamados?

R—Tú preguntas por el cómo, por las técnicas… Pero eso es algo difícilmente explicable desde fiera de la obra misma. Yo no me planteo previamente el “cómo” de una escena. El cómo está al servicio del qué y lo encuentro de manera casi inmediata, sin premeditación. Para mí, la historia de la literatura es la historia de la acumulación, desarrollo y perfeccionamiento, a lo largo de los siglos, de herramientas narrativas. Yo me pongo a escribir como si estuviera en un taller con todas esas herramientas en la estantería y cojo de la estantería la herramienta que necesito cada vez. Para mí es igual de útil el diálogo interior de los personajes, que es un utensilio que se desarrolló entre finales del XIX y principios del XX, que los coros de las tragedias griegas, de hace 25 siglos, o los chats de internet de hace sólo unas décadas, o los reportajes periodísticos o las tertulias de televisión. Todos esos registros están en mi novela, sí, pero no por alardear de ellos, sino por necesidad expresiva. En mi anterior novela sin embargo, en A Virginia le gusta Vita, no hay más técnica que la epistolar; es formalmente muy sencilla. Lo que no quita que, cuando hace falta innovar (aunque sólo si hace falta verdaderamente porque en la estantería no encuentras lo que necesitas), pues se innova; de ahí que en esa misma novela, aparentemente tan clásica, no me quedara más remedio que innovar un poco también, un poquito, en la manera de concebir la utilidad de las notas a pie de página y, por tanto, en la manera de escribirlas y ubicarlas para reforzar la historia.

P—¿No es un poco arriesgado componer una novela tan vasta en una época de tibieza lectora como la que vivimos?

R—No todas las reflexiones caben en 280 caracteres. Es objetivo que no caben. Ni todas las historias pueden contarse con una trama lineal. Ni todos los personajes pueden desarrollarse y vivir en cien páginas. Os objetivo que algunos necesitan más espacio. Pero sí, es una novela arriesgada. En un mundo en el que domina la prisa (una prisa que nada tiene que ver con nuestros ritmos vitales, por cierto, o los de la literatura, sino con la aceleración general a la que nos está sometiendo el sistema capitalista) no parece una buena idea ofrecer una novela de 800 páginas. Por eso le agradezco mucho más a la editorial que haya asumido el riesgo económico que suponía editarla.

P—A través de varios de los personajes reflexionas en torno a la maternidad, lo que es, lo que nos hace y lo que nos imponen a través de ella. ¿Crees que de todas las artes ha sido la literatura una de las que más ha colaborado para que esas ideas románticas de la feliz maternidad se consoliden?

R—La idea de la maternidad como razón de ser de las mujeres, como plenitud (lo que implica establecer que una mujer no-madre es una mujer incompleta) y las que lleva aparejada como que la maternidad es satisfacción, felicidad y fuente de tantas alegrías que cualquier sinsabor queda en nada… es la que demuestra con más claridad la alianza del capitalismo y el patriarcado. Hoy, la mayoría de las pensadoras sostiene que el desarrollo del sistema capitalista no se explicaría sin esa alianza. Fue (en los tiempos en que la maternidad era inevitable porque no existían los anticonceptivos) y es hoy todavía importantísimo para el sostenimiento de este tipo de sociedad que la aceptemos como una bendición. El adoctrinamiento para que todas la veamos así se ha producido durante siglos y con todos los medios al alcance del sistema. La doctrina es interiorizada por todas las mujeres, la inmensa mayoría de ellas todavía hoy analfabetas y sin posibilidad de acceso a las artes. De manera que no, ni las artes ni la literatura (por muy parte del sistema que sean y por mucho y eficazmente que hayan colaborado también en el empeño) han podido ser los principales medios de aleccionamiento. Eso se lo debemos más bien a la religión y a la represión directa, desde la antigüedad, de cualquier forma de pensamiento que la pusiera en cuestión y de cualquier avance químico o mecánico que tratara de corregir su inevitabilidad (se quemaba a las mujeres al grito de brujas, pero en realidad por ser aborteras y boticarias remediadoras de maternidades no deseados). En la era moderna, el medio masivo de adoctrinamiento de mujeres en todo el planeta es la televisión (y el cine emitido en televisión); infinitamente por delante de la literatura, que sigue siendo minoritaria. Dejemos para otro día el análisis de cómo la literatura ha hecho también su parte construyendo el ideario de la maternidad romántica desde la élite.

P—La tala indiscriminada de bosques podría ser la problemática ecológica más preocupante de nuestra época, sin embargo, es quizá de la que menos se habla. ¿Es más sencillo hablar de “los casquetes polares” o “la capa de Ozono” porque parecen conflictos más inasibles? Tú escoges este tema para centrar uno de los hilos fundamentales del libro, ¿por qué te interesó?

R—Tú lo has dicho: se prefiere hablar de problemas que no tienen culpables claros o de los que parece que todos seamos culpables por igual. La destrucción masiva de los bosques de los países pobres tiene culpables más fácilmente identificables: las élites de los países pobres que compran políticos que legislan las talas y las empresas multinacionales que comercian con los resultados de esas talas o explotan la minería de esos terrenos. Me interesó exactamente este detalle: que se puede acotar hasta casi identificar a los culpables, a diferencia de otros atentados contra el planeta de los que han conseguido que creamos que los responsables somos todos. La tierra de los pueblos pobres es violada con la misma impunidad con que se viola a las mujeres. No podemos dar por hecho que las víctimas no van a actuar. Te lo decía antes: puede un día surgir un grupo como el GGD, el Grupo para la Globalización de la Destrucción, que decida parar la destrucción utilizando, no los razonamientos de los que se ríen los beneficiados, sino la venganza, dándole así a la venganza una dimensión política.

P—Este tema te permitió también avanzar sobre inquietudes como la corrupción en los medios de comunicación, el enriquecimiento de los países colonialistas a costa de los pueblos con altos niveles de pobreza… ¿Tiene la literatura la responsabilidad de cambiar la realidad?

R—La literatura no tiene el poder de cambiar la realidad. Pero ojalá que al menos lo pretendiera. Porque lo cierto es que la inmensa parte de la literatura que se escribe no sólo no pretende cambiarla, sino que afianza los modelos que hay detrás de la explotación económica, el machismo, el racismo, el especismo… Para iniciar mi novela elegí un texto de María Zambrano que se titula Para qué se escribe. Es una pregunta obligada para cualquiera que se ponga a ello con intención de que otros lo lean. Es María Zambrano la que dice que “todo libro ha de tener algo de bomba, de acontecimiento que, al suceder, amenaza y pone en evidencia, aunque sólo sea con su temblor, a la falsedad”. Bien, pues yo escribo para eso. Mi novela pretende atentar como una bomba contra el sistema, una bomba que destruye las mentiras en las que se sustenta, una bomba de palabras para destruir modelos que se forjan con palabras. Pero las palabras no son suficientes, por eso la literatura no puede cambiar la realidad, te decía. Sin embargo, sí que puede cambiar a las personas que cambiarán la realidad. Yo escribo para darle a esas personas armas con las que analizar mejor al enemigo y poder combatirlo así más eficazmente. Para mí es una exigencia porque, siguiendo con la cita de María Zambrano,

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P—¿Qué es lo que más te interesaba del mito de Progne y Filomela para trabajar especialmente en esta novela?

R—Que en ese mito no hubiera sólo una historia de violación, como hay tantas en la mitología, sino de venganza, de las que ya hay menos. De venganza llevada a cabo por mujeres sin intervención de ningún hombre. Menos aún. De venganza de dos mujeres solidarias, hermanas: Progne no sólo cree el relato de la violación de su hermana (“hermana, yo sí te creo”) frente a la versión de su marido, sino que levanta su ira contra él con la misma o más fuerza que ella. Es decir, literalmente, sororidad frente a “conyugalidad” si me permites la palabra. Sororidad, incluso, frente a maternidad. Me parecía una tragedia de una ejemplaridad digna de investigarse hasta el fondo. Y me dediqué a hacerlo. Me ha llevado varios años.

P—¿Existen líneas de estudio académico contundentes que estén trabajando sobre la revisión de la mitología clásica para poner en evidencia el sexismo y la misoginia que la empapa?

R—No sé responderte con ejemplos concretos de seminarios y universidades, pero me consta que muchas mujeres especialistas en el mundo clásico llevan años publicando estudios y artículos que analizan la figura de la mujer en la mitología grecoromana y en las tragedias clásicas. Quizá la más conocida de todas sea Mary Beard, que acaba de publicar un pequeño libro, “Mujeres y Poder”, en el que, entre otros, hace referencia también al mito de Filomela. Yo recuerdo artículos sobre los modelos de mujer en el mundo clásico publicados hace años en la revista Arenal, editada por la Universidad de Granada. Pero la pregunta podría hacerse casi mejor del revés: si hay alguna disciplina académica en la que no esté ya, en este momento, alguna mujer trabajando desde la perspectiva de género para sacar a la luz los sesgos patriarcales de su especialidad. Somos legión.

P—En tu novela no dejas muy bien parada la figura de la familia: todas parecen tener algo nocivo. ¿La sangre puede ser peligrosa?

R—Sale bastante mal parada la familia tradicional, o más bien los valores en los que se nos dice que se sustenta. Y sale mal parada con respecto al amor o a la solidaridad entre amigas y amigos. Otra vez vuelvo a responderte como más arriba: lo peligroso no es la sangre, sino que nos creamos que es el único vehículo por el que nos llega el alimento emocional y se renueva el oxígeno de la vida en común. Mentira. Ni es el único ni seguramente es el mejor.

¡Lee aquí la segunda parte de la entrevista con Pilar Bellver!



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