Ariel Montoya

Poemas de Ariel Montoya

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Ariel Montoya:

Diaspora



A Pablo Antonio Cuadra

Vi
a mis hermanos nicaragüenses,
a hombres de rompientes horizontes
en busca de esperanzas que gravitan en sus pechos,
a mujeres dulces con mares y enigmas esparcidos en sus días,
a mujeres dulces con mares y enigmas esparcidos en sus rostros,
contrabandear con sus propias desgracias;
con lo prohibido,
con falsos documentos,
hospedados en hoteles de mala muerte
y bajo la tutela de los coyotes
en tránsito a los Estados Unidos.

Son inquietas y desdichadas personalidades comunes
tras el sueño galopante y necesario que despierta el país del norte,
la promisoria tierra de orgiásticas contradicciones y ensueños.

¿Qué gérmenes nos destruyen en silencio?
¿Qué mal estarán las cosas en mi país
que este rumbo los arrastra inciertos a la expectativa carnal de la
vida
o la muerte?
¿Es que a la Patria,
como a una muchacha prohibida,
nos es imposible acariciar?

¿Qué vacío ha de llenar sus esperanzas,
luego de ganadas las infranqueables fronteras?

Nos ha llovido sangre
y se han secado ya
los ríos de leche y miel que nos prometieron.


Guatemala, 1987

Refran


Dime,
hasta donde
querías llegar,
y te diré
donde
debí quedarme.

La mercadera


...Su horizonte de barro y su luna de broza...
Joaquín Pasos





La ven
con su puesto de verduras
en un tramo del mercado.
La ven
escoger frutas olorosas para la venta
los melones se deciden en la última oferta.
La ven
con la cara tostada
del sol que le chorrea en la frente
(los dientes de ajo que cuelgan de una ristra
le sonríen)

El aire pasa, zumbando,
acariciando la mejilla de los tomates
y el viento se espina en los maltrechos rostros de
las piñas.

La ven
los pies bañados de polvo. De polvo
y sudor que parecen de barro,
los caites cansados
la voz con furia suelta toda la mañana,
la ven sacar sueños que no pone en venta.

Verguenza




Nunca llegaste a través de la tarjeta postal
ni me anunciaron con pretextos saludos
que tu palabra
tu canto y tu persuasivo aliento de prodigioso olor
rondaba inadvertido entre milagros.

Me reconozco culpable de que jamás mi exilio se
consoló con tu recuerdo.

Cómo se nos fueron los años,
cómo se te desgranó la inocencia
cómo has germinado en madre, en mujer. En otra.
Cómo yo también me fui a través del tiempo esculpiendo
en anónimos rostros hasta esta otra cara que hoy te enfrenta.

Casi niños,
se nos cuajó el deseo en verdes besos
que después maduraron en la frontera de otros labios.
No podría imaginarte como eras antes,
no podría mañana, imaginarte como eras ahora
¡no nos habita ningún presente puro!
para esta vergüenza de apagados y moribundos rubores.

Factura poetica


El Pez
muere
por su boca;
el poeta,
por su lengua.

Regreso al pais natal


Yo, Raymundo José Flores Fonseca,
oriundo de Las Jagüitas de Managua,
engendrado por veredas pobladas
de chocoyos y gorriones y cercos
de piñuelas y polvosas frondas
de mango,
me quito y alzo el sombrero
blanco de la nueva era y ratifico
mi destino y certidumbre de soldado.
Soldado soy, soldado he sido,
soldado de la paz y la concordia,
orgulloso de los torrentes indígenas
de mi sangre y del perfil de este
rostro chorotega que ha visto Bagdad,
Mosul, Karkuk, Karbala, los minaretes
en espiral de Samara, las ruinas
desoladas de la antigua Babilonia
y sus dorados ladrillos milenarios
de destellos desafiantes, las mezquitas
de torres almenadas y las anchas
avenidas y calles con nombres
de guerreros y profetas y gritos
de lengua desconocida...
Allí estuve yo
para llevar la paz, el más preciado
don. Allí estuve, en el país
una vez llamado Mesopotamia.
Entre el Éufrates y el Tigris,
entre presas y pozos, murallas
y desiertos y túneles secretos.
Allí estuve. Caminando miles
de kilómetros, deshaciendo minas,
neutralizando explosivos,
salvando preciosas vidas de niños,
mujeres y ancianos, hondos rostros
heridos de hombres como nosotros:
humanos, tiernos, doloridos, atenidos
a la luz de la esperanza. Allí viví
el calor ardiente del día y la noche fría.
El paso lento de la Luna a la hora
del descanso pensando siempre
en mi novia con olor a hierba
y a rocío, y sobre todo
en vos, Nicaragua,
tierra mía que ahora piso y bendigo
para que florezca siempre, encima
del dolor y el odio, el amor y la paz
en el mundo.
Yo, Raymundo José,
aquí ya, intacto, entre los míos.


Aeropuerto Internacional Managua,
1 de marzo del 2004.