Alfonso Quijada Urías

Poemas de Alfonso Quijada Urías

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Alfonso Quijada Urías:

A las dos de la tarde


Para todo el silencio de esta mañana basta la suciedad de los corredores
Donde somos la víctima,
La amenaza de todos contra uno; puede que un día cuando todo esto
/ no sea más que el espejo roto
o el tedio de una pobreza honorable, recordar esta casa llena de
/ flores y olor a lavanda
donde sufrimos a Rambaud y nos acodamos en el árbol más viejo
/ a aullar el dolor,
a sacar por la boca el corazón como trapo inservible,
donde arrancamos memorias y accidentes con la intención de
/ procurarnos algo que no tuvimos.
Nos devoramos junto al hormiguero, nos comimos los ojos. No nos
/ queda nada,
esto lo recordarás como la luz de una bombilla decentemente apagada,
donde exhumamos nuestro aliento, cobijados como dos animales rarísimos,
verdá que mañana cuando pongas el radio y escuchés aquellas
/ canciones de otro país
que no es el nuestro sentirás una vociferación distinta a ésta con que
trato de meterme y verás como es de pequeño todo esto: las sillas,
el basurero, las puertas, el espejo, y te darán ganas de regresar
/ como al origen
de algún deseo dudoso, de algo reprimido por temor a no sé qué.
Estaré como otras veces en la silla de siempre donde suelo esperarte
/ con esa melancolía
aprendida en los corredores sucios, el árbol viejo junto al hormiguero
y ese espejo limpio por tu mirada. Tantas veces.

Los bebedores de cafe


Para el próximo mes habremos engordado hasta decir ya no
caminaremos como cerdos acostumbrados a la siesta,
al casi descanso eterno;
por algo nos criaron celestes,
con el permiso de cometer toda clase de pestilencias.
Este año,
como todos, nos quedamos en casa contemplando el jardín,
meditando
sobre la muerte y el origen del ser. Por la misma época en que subían
las montañas, hasta quedar cagados como niños de pecho, otros muchachos,
que no eran de ninguna manera razonables,
por otro lado, gente que no cruzó los brazos, ni jugó al líder.
Hubo quien se creyó la bragueta de Panurgo, hubo
quien empezando de marxismo
le dio el tiro de gracia. Hubo.
Hoy se aprende afuera de casa, lejos del old spice:

En cualquier lugar donde nos sorprenda
la muerte bienvenida sea

Nosotros los bebedores de café, guardamos tu ejemplo
para alimento de nuestra polilla,
acobardados,
gordísimos,
sin poder levantar el pie derecho, perfumados, grandes provocadores
de una guerra pacífica,
en este país de EL PERDEDOR,
al año del sacrificarse en la pirámide funeral.

Amorica


Amórica,
lejos escucho el canto del dichosofui:
dichosofui, dichosofui,
pájaro que martilla el yunque en mi oído
más allá de los rieles y las estaciones,
madre del pecho florido,

Amórica,
que te ríes de mí en mis propios huesos,
vagabunda.
Hay un sitio en el cual yacemos juntos -el frío-que induce
al nacimiento de aquellos que reunidos en tu mesa no tienen
qué comer.
Vamos burlando aduanas, los puestos migratorios
y nuestra risa espanta los verdes pavorreales de la gloria.
Amórica, entristecida niña de los andrajos,
ésta es la hora en que se precisa no volver hacia atrás,
encaremos la furia de la tribu
que toca sus tambores para hacernos volver
al fuego donde los más ancianos nos reducen
a hilos que ovillan con sus dedos.
Vayamos más allá.

Necesidades


Necesito a mi mamá, con edipiano amor,
sus desayunos humanísimos. La ingenua
libertad de ese niño en sus faldas
suspirando la culpa original. Aquel
domingo de misa, pan y sol y la
muchacha aquella burlándose de mi
amor tontísimo.
Necesito de Dios y su absurda existencia
para luego volverme materialista y
soñador.
Necesito de mi mal ponderada
familiaridad de padre, casarme una vez
más con la madre de mis hijos. Que me
digan lo pequeño que soy. Necesito de
veras volverme a ver en el espejo limpio
de la casa y cambiarme de ropa y salir a
esperar como un novio solemne a la
vida, esperándome. Necesito una vez más
que mi tata me pegue con los puños terribles de patriarca y que me
diga bruto, inútil, polvo de la noche
delirante y brutal.
Necesito que las gentes acudan a mi
paso. De veras necesito que me quieran.
Me besen todos los labios del mundo. Y
que me dejen, me dejen, por favor,
crecer un poco más con mi vejez de niño
atolondrado.

Afuera


Afuera el río arrastra las corrientes del tiempo:
hojas, flores y animales muertos.
En su rumor despierto. Lejos escucho los gritos de la gente,
aquellos que discuten de finanzas; aquellos que van
de un pasillo a otro pasillo
señalando el gran día que nunca llegó.
No soy yo quien regresa, sino el otro,
aquel que en le Café se sentaba bajo un árbol a contemplar las
gentes,
mientras sus manos desparramaban migajas sobre la mesa
para el decoro de las moscas pegadas en el vidrio
donde el tiempo reflejó su crisis. Una noticia alarmante.
Un crimen que nadie esclareció.
Afuera el río -no me importa su nombre- sigue su curso furioso.
Toda patria es tu patria. Pasan las gentes, todo un río de rostros.
¿Qué haces a esta hora, sentado y conmovido en este viejo
puente al mediodía?
Oyes voces antiguas diciéndote al oído: regresa.
A donde quiera que vayas es lo mismo.
Pero no seré yo quien regrese sino el otro.
Afuera corre el río, el mismo río, su nombre es diferente.
Seres que no conozco me saludan, mientras contemplo el domo
y trato de asir tu espacio: cuerpo de la memoria.

Nocturno


Anoche un grillo se metió en mi cabeza y me trajeron a este hospital de Main street.
Necesito una lap, una lap para sacarme este ruido del seso.
Tengo vendada la cabeza, un pie torcido, un ojo que busca al otro ojo con obsesiva crueldad.
La enfermera me pega con sus duras tenazas en el rostro.
Necesito ocho manos para decirte todo esto. Este hospital es /un infierno y Naus /compañeros de Ulises,
atención pobres sirenas: traen de los mares lejanos la tristeza y /el Sida.
Estoy loco, con la cabeza rebanada. El trépano caló hondo en /busca de la piedra
o del grillo que allí encontró su fundamento, la base de /su dudosa, secreta identidad.
¿De dónde vienen esos gritos? ¿Ese rezo en la noche, /las lenguas y las llamas?
Víctima de la docta polilla te debates en las necias corrientes de un discurso que ya no encuentra curso entre las aguas.
Anda de caspa caída la razón, vuelta risa la ciencia espulga
/cada piojo.
Un ojo infinito te mira cuando absorto contemplas una
/hormiga y en ella al hormiguero.
Es el ojo el que duele al saber que toda la culpa se
origina en el pie.
Perdí primero mi sombra, el nombre después. He terminado en
/nada, silencio, vacío.
Sólo es real la neblina, la blanca cornea de la mirada esquiva.
Un alacrán vengativo es el mejor aliciente
/para ponerte de pie
y echarte andar sobre la nieve o el desierto y escribir con tus
huellas tu epitafio.
Gritas. En todas las celdas de este panal en llamas celebran tu
aullido,
la parábola ambigua de la eterna caída, propiciada por
/aquella noche de angustia religiosa.
Tres golpes sonaron en la puerta. Era Dios disfrazado
de celador de la luz.
Uno puede apagar la angustia metafísica ¿Pero cómo se apaga
/la otra? El caos, he visto el caos, nadie que no
haya visto una ciudad ardiendo,
puede imaginarse el caos. Lo que queda del caos en una mente enferma.
Anoche un grillo se metió en mi cabeza y me trajeron a este /hospital de Main street. Necesito una lap, una lap
para sacarme todo el ruido del seso.