Vicente Gallego

Vicente Gallego nació en Valencia en 1963 y se lo considera uno de los autores más importantes de la denominada poesía de la experiencia, la que también cultivan Luis García Montero y Carlos Marzal.
Vicente Gallego no es amigo de las nuevas tecnologías, prefiere las formas tradicionales de comunicación y escritura y un ambiente rodeado de naturaleza, al frío del cemento de las ciudades. Sin embargo, de vez en cuando se lo ve en alguna que otra tertulia literaria para compartir su gran pasión, la poesía, con otras personas.
En su poesía podemos encontrar intensos versos a la amistad y a la vida y, por supuesto, un profundo sentimiento de humanidad y apatía con el resto de los mortales. Cabe mencionar que el suyo es un estilo cotidiano y fresco pero no por eso carente de colores y delicadeza; parece escoger cada palabra con precisión ofreciéndonos versos claros y avasalladores.
Entre sus obras más importantes se encuentran "Santuario", "La luz, de otra manera", "Los ojos del extraño" y "El sueño verdadero". En nuestra web te ofrecemos una selección de sus poesías, entre las que se hallan "Aurora de la muerte", "Maneras de escuchar un blues" y "Variación sobre una metáfora barroca".

Poemas de Vicente Gallego

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Vicente Gallego:

Aurora de la muerte

                              (Salvia divinorum)

Fue fumar y esfumarte
de tu mundo y de ti
hacia tu mundo oscuro.
Fue tan sólo un momento
que no tuvo principio y que no acabará.
Fue conforme el arder, ser un humo fragante,
una lumbre tan sólo
con las hojas resecas de la salvia quemada.
Fue de plata y tiniebla la funeral aurora,
fue encontrar un camino
en el fondo más cruel del pozo ciego,
fue fundar residencia
en el mismo reverso de la incrédula carne,
contemplar la semilla del terror
germinada en corola de una flor sin raíces.

Fue morir y vivirlo,
fue partir y quedarse,
fue brillar un segundo
de la muerte en el negro filamento,
apagado de luz misericorde.

Échale a él la culpa

A José María Álvarez y Carmen Marí




Hoy te has ido de fiesta con amigas,
y sin que tú sepas me regalas
un tiempo de estar solo que ya empieza
a ser raro en mi vida, un tiempo útil
para intentar pensar en ti como si fueras
lo que siempre debiste seguir siendo
cuando pensaba en ti: aquella persona,
en todo semejante a cualquier otra,
que una nnoche lejana tuvo el gesto
generoso y extaño de entregarme su amor.
Pero el amor nos cambia, nos convierte en espías
ridículos del otro, en implacables jueces
que condenan sin pruebas y comparten
sus estúpidas penas con el reo,
El amor nos confunde y trata ahora
de que vea en tu fiesta una traición.

Por huir de esa trampa me amenazo
con los nombres que cuadran al que cae en su vacío:
egoísta, ridículo, inseguro, celoso...
Y como un ejercicio de humildad pienso en ti
divirtiéndote sola: te imagino bailando;
y mirando a otros hombres;
al calor del alcohol
confiesas a una amiga algunas cosas
que te irritan de mí sin que yo lo sospeche,
y por unos instantes saboreas
una vida distinta que esta noche te tienta
porque eres humana, aunque no me haga gracia.

Ahora caigo en la cuenta de que dudas
como yo dudo a veces, y que también te aburres,
y que incluso algún día habrás soñado
follar como una loca con el tipo que anuncia
la colonia de moda.
Para calmarme un poco
tras la última idea, yo me digo
que el amor es un nuego donde cuentan
mucho más los faroles que las cartas,
y procuro ponerme razonable,
pensar que es más hermoso que me quieras
porque existen las fiestas, y las dudas,
y los cuerpos de anuncio de colonia.

Lo que quiero que sepas es que entiendo
mejor de lo que piensas ciertas cosas,
que soy tu semejante, que he pensado besarte
cuando llegues a casa; y que es el amor
-ese tipo grotesco y marullero-
el que va a hacerte daño con palabras
absurdas de reproche cuando vuelvas,
porque ya estás tardando, mala puta.

La visita

A Francisco Brines


Esta tarde he escuchado
otra vez sus pisadas a mi espalda,
he notado su aliento al abrir una puerta,
y sus huellas están en mis viejos papeles.
Aunque no puedo verlo,
hace tiempo que siento su presencia inquietante
cuando me quedo solo, cuando paso las horas
encerrado entre libros y palabras.
Sus lamentos me llegan confundidos
con el viento que gira en la terraza,
y oscurece su sombra en los espejos.
S?que tengo una deuda.
Mientras sigo escribiendo escucho un llanto.
Y no puedo pagarla.
Mientras sigo escribiendo va muriéndose el día
como una advertencia.
S?que el plazo ha vencido.
Su tristeza es un ruido que perturba mi vida,
sus reproches se adaptan al sonido
de este vaso con hielo, y a la tarde de otoño,
y al rasgar de esta pluma en el papel
donde ensayo lamentos y disculpas.
S?que tengo una deuda.
S?que el alma de un muerto penar?por mi culpa.
Ha llegado la noche, y a través del espejo
en que se ha convertido la ventana,
unos ojos sin vida me contemplan.
¡Si yo hubiera podido-les explico-, si yo hubiera sabido!
Y no supe pagarla.
A través del cristal unos ojos me acusan:
son los ojos de un niño que jamás me perdona
el haber confundido su futuro y sus sueños
con la vida sin sueños, con el triste futuro,
de ese hombre que ahora
teme al vidrio y esquiva su mirada.

Maneras de escuchar un blues

Es hermosa esta noche de verano,
aunque no más hermosa
que cualquier otra noche de verano.
Es hermosa esta noche en que estoy solo,
y fumo y he dejado
en penumbra la casa mientras sueña
un dulce y triste blues,
un blues tan triste y dulce como otros.
Nada en mí, ni en la noche, ni en la música,
se diría especial, y sin embargo
existe algo muy hondo en esas cosas
que parecen sencillas:
una extraña grandeza que no acaba
de ser exaltación, tragedia, paz,
pero que es todo eso, y es también
un sentir clarmanete
que para que esto ocurra ha sido necesario
apurar estos años, acumular recuerdos,
haber ganado
y haber perdido tantas cosas.
Para que este piano suene así,
para temblar así con esta música,
ha sido necesario
ir llenándola poco a poco
de belleza y de daño, ir llenándola
con nuestra propia vida, para que se parezca
a nuestra propia vida, y suene así:
tan insignificante
y tan grande, tan triste, tan hermosa.

Septiembre, 22

Me dices que es absurdo el universo,
que la vida carece de sentido.
Pero no es un sentido lo que busco,
cualquier explicación o una promesa,
sino el estar aquí y a la deriva:
una simple botella que en la playa
aguarda la marea.
Sí, la palabra justa es abandono:
una dulce renuncia que me nombra
señor y dueño al fin de mi camino.
Queden hoy para otros
los afanes del mundo,y que mi mundo sea
la magia de esta casa
tomada en su quietud por la penumbra,
saber que nadie llegará
a interrumpir mi tarde,
que no habrá sobresaltos,
ni voces, ni horas fijas,
porque ahora es tan sólo transcurrir
mi gran tarea.

Las pausas de la vida

He fumado en las pausas de la vida
las lentas hojas de tabaco oscuro,
he cuidado mis plantas, y en la tarde
he aguardado escribiendo
aquello que se fue o lo que deseo
que en adelante llegue para así
poder perderlo todavía.
He aguardado fumando, y el tabaco
ha sido un dulce aroma, mi  esperanza
de tabacos más dulces, de otras  hojas
en las plantas que cuido y que deparan
una flor a mis ojos que todavía esperan.
Y cuando ya mis ojos no consigan
encontrar el camino alegre de la espera,
y cansados demanden una última pausa
para fumar en calma y recordar,
yo quisiera que entonces
mi vida hubiera dado una cosecha
apretada y hermosa,
lo mismo que la planta del tabaco,
que tal vez ya no sepa
conservar para mí el sabor que ahora tiene,
consolarme esos días.
Que mi vida suplante a ese tabaco
para poder prensarla, estando seca,
sentirla entre los dedos, llevármela a la boca.
Que el fuego la convierta en humo dulce,
en un último aroma.