Soledad

Silvia Favaretto

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“¿Qué haces acá solita?”
“No estoy sola, ¡estoy con los árboles!”





Árbol viejo, árbol grande,
más vivo que la piedra,
más duro que la carne,

tú que conoces el sol
por esperarlo entre el abrazo de tus ramas
desde hace tiempo

dime si tiene nombre
el dueño barbudo
de la tierra que tu y yo pisamos.

Árbol viejo, árbol grande,
más vivo que la piedra,
más duro que la carne,

tú que has visto desde el cantero de mi jardín
la niñez de mi abuela, la juventud de mi madre
y verás, talvez, la viudez de mi vejez

dime si los ojos de mis nietos
tendrán algún día el color almendrado
de tu corteza.

Árbol viejo, árbol grande,
más vivo que la piedra,
más duro que la carne,

en nuestra desesperada necesidad de eternidad
tu inmutabilidad me domina,
y, bajo tus frondas
canto,
y cuando mi cantar se hace sombra,
callo.

Árbol viejo, árbol grande,
más vivo que la piedra,
más duro que la carne,

no me importa que paralelos a tu tronco
se hayan balanceado los cadáveres de Regina y los traidores
ni me importa que tus ramas hayan alimentado las hogueras
donde quemaron a mis hermanas
ni que de tu propia pulpa esté hecha la cruz,
sutil venganza del demonio.
No me importa.

Árbol viejo, árbol grande,
más vivo que la piedra,
más duro que la carne,

tú eres el puente de madera
entre Dios y criatura mortal
y yo me apresto
a cruzar con el alma
los siglos de fragor
escritos en las vetas de tu piel.





De La carne del tiempo, Editorial Artificios, Bogotá, 2002

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