Salvador García Ramírez

Poemas de Salvador García Ramírez

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Salvador García Ramírez:

A casa do farol

Levanta la tarde su espesura de silencio,
sube el mar a las últimas cornisas
con alas de graznido.
Pliega la luz su rabo inevitable,
una a una, por todas las fachadas.
Más allá de la esquina del salitre,
al viejo paredón desalojado
lanza el mar su delirio de insistencia.

Mantiene a casa do farol
colgada en sus ventanas la angustia de la espera.
Nadie viene a falar a sus peldaños
en ese idioma dulce de barcos y galeras
que a veces sabe a sal,
que a veces sabe a selva.
Esconde a casa do farol
en su zócalo azul, como un trofeo,
horizontes de mapas y leyendas.

Marca el viento su compás ensimismado:
otra noche que aguantar en vilo el alma.
Insensible a los augurios de las olas,
ella espera en el refugio de las sábanas.
Cerca, bajo el resplandor de su pavesa,
nacen islas con la tinta de las sombras.

¡Cuántas veces la marea y no llegaba!

Tiene, a casa do farol,
lamida la memoria por el agua.
Nadie viene a encallar en su naufragio,
nadie espera na falésia de la praia.

Humedade

Puede que a ti, sin importancia,
desvele cuanto oculta
este gris uniforme en el que el cielo
ha desleído la memoria
de los arcos, los muelles que aún resisten.

Los aljibes rebosan sus mañanas
incumplidas en rutas sin razón
que algún pavo real hubiese delatado,
lo mismo que a las lenguas de este río
en busca del océano.

Pesa el aire, y a varias voces:
as gaivotas, o chafariz,
as sinais dos eléctricos.

Viana do castelo

Siempre amanece por las calles del invierno.
Arremete la lluvia tras los árboles
con rigores de lápida y frescura.
Siempre amanece por los miradores del viento,
en la lengua del Lima lamiéndonos la vista.

De ahí la lejanía,
la penumbra ojival que dan los pórticos,
la bruma derretida,
la piedra minuciosa.
De ahí los peregrinos,
los ángeles remisos, la iglesia diminuta;
también los prosadores.

Yo recuerdo la cuesta de las nubes
en el seno infecundo de los funiculares.
os poentes, sin duda, carregados de azul,
entre vielas estreitas alumbrar las mansiones,
traducir las cartelas bajo el pez fronterizo
de las gárgolas líquenes.

También recuerdo,
de la misma manera que la arena,
el verdín y el escudo en los aleros,
la cruz en las esquinas en huraña vigilia,
el vaivén de un océano obsesivo
a rasgar do nascente.

Sobre la niebla entonces: un indicio,
una aguda premisa para meses inéditos
que cesar del hastío,
un batir de vertientes, a babor de la tierra
cuando casi es Galiza;
o tal vez la erosión, dilatando el prodigio,
de este valle al final que adivina un augurio
donde siempre nos llueve.

Servicio

Sola por el plano de su planta,
del amanecer a la fatiga,
Habiba arregla camas
y repone las toallas
sin faltarle la sonrisa.

Latitude

Suspensa, en el aire de los parques
con sombra de ciudad,
como los tuyos,
en la proximidad del Largo,
nas escadas, en las estrías húmedas
donde pululan libros viejos,
a la hora contigua con el sol,
sobre las pérgolas sin mástil,
a merced del polen, poco a poco,
nas margens
donde el viajero ayuna, nas igrejas,
de acá para allá, por los oblicuos
raíles de un paraguas,

tibia a tiempo,
la alzada lentitud del solitario.

Gurfa

El zoco tiene toldos
y cenefas azules
sobre sacos abiertos
que huelen a azafrán y a hierbabuena.

El zoco es multitud.
En sus paredes se hacinan
la seda con la lana,
la palma con la piel,
la fruta con la sal y los aceites.

De sus bóvedas pende
la luz de los octógonos.
A sus esquinas dan las caravanas.
A sus puertas se asoma el zapatero.