Max Jara

Max Jara fue un distinguido poeta chileno que nació bajo el nombre de Maximiliano Jara Troncoso el 21 de agosto de 1886 y falleció el 6 de julio de 1965.
A una temprana edad manifestó un especial interés por las letras y la creación literaria; tal es así que a los trece años publicó sus primeros poemas en algunos periódicos de la época, decidiéndose definitivamente por esta vocación.
Pese a haber comenzado los estudios de Medicina, los abandonó para dedicarse completamente a la literatura. Comenzó entonces a publicar sus obras y a trabajar como periodista en diversos medios, entre los que se encontraron el Diario Ilustrado de Santiago y El Mercurio. También realizó labores de secretario en la Universidad.
Entre sus obras podemos mencionar "Juventud", "Poesías" y "Asonantes". A través de ellos podemos acercarnos a los tres momentos claros del poeta, que comienza con un estilo clásico para volcarse finalmente por la línea vanguardista, dotando a sus versos de colores auténticos y de palabras innovadoras para la poesía de la época.
En nuestra web podrás leer algunos de sus poemas, tales como "Ante el arroyo", "Habla la nieve", "La guitarra" y "Las mareas". En 1956 recibió el Premio Nacional de Literatura.

Poemas de Max Jara

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Max Jara:

Estrella

Yo sé de una estrella que luce remota.
Su rayo en mi noche desmayado flota.
Su rayo que finge la expresión tranquila
de una soñadora virginal pupila.
Su rayo que anima temblor de sollozo,
su rayo que es prenda de amor doloroso.

Los vientos que traen rumor de follaje
de lejanos bosques con denso ramaje,
los vientos que llevan en un grito amargo
condensado el tedio del camino largo,
también se han llevado, con rumbo a la noche,
musical y tibio, este primer broche
de mi amor al astro que, desde muy lejos,
me envía recuerdos en vez de reflejos.

El lago la ha visto cruzar pensativa.
La ve, tembloroso, velar desde arriba.
El lago la mima. Sedoso la arrulla
cual si fuese el sueño de las ansias suyas.
Tal vez el reflejo con que el astro vibra
hiriendo las aguas con mágica fibra,
hace que la espuma que en la margen deje,
como mujer virgen de amores se queje.

Vientos cuya lengua, viril y sonora,
dejan una estela de cantos de aurora
vientos de esperanza-beso y primavera-,
alegran en vano mi lóbrega espera.
Bien sé que la estrella se abisma en la noche
como flor efímera que cierra su broche.
Y yo la lamento morir en la altura
con grave tristeza, con vana amargura.

Deseara darle la llama sincera
de todos los sueños de mi vida entera,
le ofrendara todos los trémulos bríos
de todas las chispas de los sueños míos;
que si ella me mira, que si ella me besa
qué importa que sólo me quede tristeza.

El amor

El amor es grave y el amor hastía.
El ansia del beso mató mi alegría.
El beso que espero y el beso que evoco,
ambos son dos pasos hacia la agonía;
el amor es triste, desmayado y loco.

Sólo las mujeres pueden con su carga.
Si tras la dudosa bondad de su gesto,
el hastío insomne los dedos alarga,
¿qué más que mitigue nuestra sed amarga
el amor vendido o el amor honesto?

Deseo es paloma toda ensangrentada,
de dolor gozoso vive estremecida.
Carne que al espasmo nació condenada,
la lujuria es triste, y en la boca amada
quién sabe si espera la muerte o la vida.

Habla la nieve

Mi vida cristalina
es azahar y mortaja.
Yo soy la inaccesible peregrina
que muere cuando baja.
Soy un silencio grave,
soy ala en agonía.
No hay quién la hiel de mi pureza lave.
Soy la melancolía.

Soy la única, la sola,
condenada a posar sobre la cumbre
cuya serenidad augusta viola,
con sutil pesadumbre,
mi beso que su flanco desmorona
y su línea pervierte,
mi beso que corona
con sudario de muerte.

De la línea dormida
de pasiones que fueron,
en la ondulante y secular caída
del mago ventisquero,
resbala con isócrona armonía,
en la trémula gota,
el ansia de los días
que del silencio de mi forma brota.

Tiembla y vacila su virtud serena,
suspensa ante el horror del precipicio,
cual una casta pena
en la noche del vicio.
Música de mujer hay en la fuente
y va cantante hacia el dolor futuro,
envuelto por la bruma del poniente,
insaciable y oscuro.

Las mareas

¡Oh perenne armonía de las olas, rugientes
con las inagotables fiebres del infinito,
preñados de lo eterno, vuestros flancos hirvientes
con su ser justifican la belleza del mito
que los ojos helenos glorificaban antes,
ebrios de agua y de sol en las playas egeas,
en los pechos heroicos los hálitos gigantes
de las vastas mareas!

***

Son las nupcias de la Luna y de los mares
-ella triste y él amargo-,
que confunden sus nostálgicos pesares
en un beso casto y largo.
Es la Luna que deshoja sus lumínicos azahares
sobre el dorso quejumbroso de los mares.
Es del golfo, en la lívida penumbra,
el silencio de la ola, toda blanca, que se encumbra.
Son dos ritmos dolorosos
de la luz y de la espuma: dos sollozos
que se buscan, y que se hallan
en el lecho de las playas.

Son dos tristes que confunden sus pudores
a despecho de la ausencia,
dos desnudos que se muestran la hermosura de sus flores,
dos conciencias
como espejos,
que se miran desde lejos
frente a frente,
y ejecutan lentamente
una cópula sin nombre que nuestro ojo no concibe,
nuestro ciego ojo, que vive
sólo el círculo mezquino de la vida de los hombres.
Y los mares se retuercen sobre el lecho de la arena
murmurando sus vagidos de materia dolorosa,
y la blanca Luna llena
en los ámbitos solloza
su aureola de nostalgias, cuyo brillo gemebundo
nos da idea de cómo hablan los cadáveres de mundos.

Ya los vientos se han callado. Sólo se oye un gran lamento
sordo y largo, grito triste del misterio desvelado.
Y en agudo paroxismo
de potencia creadora,
con el grito del abismo
cuanto existe ruge y llora.

Vida eterna, tú, despierta
en la chispa y en la gota, mi conciencia a ti está abierta
cual el hondo mar informe,
para que hables a mi vida con el soplo o con el rayo.
Habla, madre;
que mi lengua cante o ladre
la visión de tu desmayo.
Hacia tierras ignoradas y remotas,
ola hermana, con la gracia de tus gotas
va un momento de mi vida, con el hálito divino
un enjambre se ha marchado de los versos cristalinos;
sobre el dorso inquieto y vasto,
con el rayo de la Luna va un deseo simple y casto.

Ante el arroyo

Aguas que multiformes y turbulentas
entre las rigideces de los peñascos,
con nostálgico vértigo de tormentas,
ruedan en un sonoro tropel de cascos;
aguas de claridades hondas y quietas,
traidoras en su ignota melancolía,
aguas, todo belleza, de los poetas,
aguas, todo tristeza, de los suicidas;
vierten vuestros rumores en mis oídos
la tumultuosa vida de las montañas,
agua maravillosa de los olvidos
bullente en el bochorno de mis entrañas.

Preña con tus hechizos las soledades
de mis ojos, resecos con la mezquina
aridez desolada de mis edades,
agua de peregrinos, y peregrina.

Mujer no me ha besado como tú besas,
ni sus miserias turban como tus sones,
que las fragilidades de tus bellezas
quebrantan el prodigio de los timones.

La guitarra

La guitarra tiene el alma de una niña de ojos claros.
En su caja guarda un nido tembloroso de gorjeos.
A jardín por primavera su cordaje yo comparo:
la tonada es una fuga de nostálgicos deseos
que susurran los ensueños de la niña de ojos claros.

Es un alma que ve rojo, sufre celos la guitarra,
cada cuerda, carne viva, se retuerce enronquecida
al contacto de la mano que se crispa como garra;
van temblores de beodo y estertores de suicida
en la queja desgarrante de la trágica guitarra.

La guitarra guarda un alma de mujer desengañada:
esas cuerdas son las canas de su testa fatigada;
hoy tan sólo queda el eco de su risa de coqueta,
y las notas son hermanas de la nieve esparramada
en la barba temblorosa de un romántico poeta.
La guitarra tiene un alma de mujer desengañada.

La guitarra sin cordaje es cual una sepultura,
en su puente se callaron los acordes de tristura
como mueren los sollozos en agónica garganta,
y su caja destrozada es retrato de la oscura
existencia en cuya sombra ningún trino se levanta
y no deja ni su nombre en la angosta sepultura.

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