Huele a salitre

Luciano Castañón

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«Huele a salitre».
Estas ellas y estos ellos también son personas,
pero con sumisión, sexo, harapos
y edad indefinible.
Escasas de dinero
y con más indigencia que descanso,
trasladan los peces muertos
-caja o cesto o balde de la cabeza en lo cimero-
desde la Rula a las bodegas
que pueblan las estrechas
-y muy redondamente deshuesadas-
calles del barrio.

«Huele a salitre».

Esas sí que son personas,
tienen su despectivo apodo: focas.
Focas de rostro burilado
por el menesteroso oficio,
rostro que raramente ríe
la tristeza de su enfado.
Ríen no obstante sus bolsos
al son y peso metálico
de las piececillas
que justifican sus viajes grávidos.
-Toma y daca-,
en la bodega es el cambio.
Cuando las focas regresan
-de vacío e ilusionadas-
las chapas rózanse con peso cálido.

«Huele a salitre»:
es la saya, el pantalón,
la palma de la mano,
el zueco y la alpargata;
es el brillo de la escama
y el hilillo salitroso
que por la cara resbala.
Su oficio: -vaivén de focas-
¿quién se lo compra?

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Comentarios2
  •  
    Eco Según sus biografos en sus poemas "El tono de denuncia ante la injusticia no desaparece, todo lo contrario, crece, en De la mina y lo minero (Oviedo, Gráficas Summa, 1968)" copiado de un sitio dedicado a su memoria en Internet.
    Cuando leí el poema pensé que su autor despreciaba en exceso a esas gentes objeto de su poema. ¡Haría falta más de una vida para saber!
  •  
    Rafael Merida Cruz-Lascano Un grito que pone de manifieto el ufrimiento de los cazadores de focas. Hermosos poema.

    Rafael.-
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