Juan Ramón Mansilla

Poemas de Juan Ramón Mansilla

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Juan Ramón Mansilla:

Analogías

Escribo este poema un domingo de abril.
La tarde nublada, voces
de niños en la calle, al otro lado de la verja.
Un árbol se agita con el viento.
Ayer, a estas horas, estaba de viaje.
Aún ahora sigo viajando, yendo
desde estas palabras a otro lugar.
Suena una canción,
leo en un libro de Auden
que las analogías son basura
sobre la que nuestros sentidos basaron la fe.
Si es verdad o no, apenas importa.
He pasado estos días divisando
señales que venían silenciosas
y el recuerdo volvía más reales,
como un fuelle aviva la lumbre
bajo la ceniza que otras llamas han dejado.
Y sé que la analogía es una argucia,
un dilema que a veces seca la garganta,
pero aún así el recuerdo trae
un color que no cambia,
un cuarto hospitalario,
aire nuevo al aire.
También estos deseos invariables
que se van con el tiempo
y quedan.

Cirugía

Recuerdos: la mano que rasuraba su vientre,
la que oponía el éter a su boca,
un rápido sopor, las voces,
los contornos borrándose
Nada después.
Nada. Tres horas que un bisturí
amputó a su vida.
Nada hasta despertar tiritando de frío,
la vía conectada a la vena, alguien
que decía «ya está».
Y el viaje de regreso hasta el cuarto:
el acero del ascensor, un pasadizo interminable,
dibujarse voces y contornos lentamente.
Como otros días la luz en la alcoba,
como tu cuerpo en el lecho,
como las formas, los olores, los recuerdos
de otras, tantas jornadas.

Adicto

Cada día se abre de par en par
igual que una puerta.
Aquel que ya la ha cruzado
clava sus ojos en otros y vuelve
a sentir el milagro y tomar
parte en la vida.
¿Quién diría, al verlo, que ese hombre
duerme mal en la noche y quisiera dormirse
como la tierra reseca tras jornadas de lluvia?
Nadie, entre aquellos que van y los que vienen,
percibe que ese hombre es adicto.
Adicto a imaginarte en su vigilia.
Adicto a tu voz y tus silencios.
Adicto a tu cercanía y tu distancia.
Adicto al cuerpo que acercas o rehuyes.
Adicto a tu dulzor y tu amargura.
Adicto a tu boca y tu saliva.
Adicto a tu sabor, adicto a tu aroma.
Adicto a ti y a ser adicto.
Y a querer que su adicción no tenga cura.

No es lo mismo

Un sueño: cargas cajas en un coche.
Otro más: peldaños que nos alejan y aproximan.
Un tercero: en algún lugar me abrazas
mientras dices “tranquilo, tranquilo”.
¿Cuál de los tres inicia la secuencia?
Busco interpretarlos. Nada. Nada.
Tengo treinta y nueve años, muchas dudas
y no es lo mismo ir al adiós o al encuentro.
No, no es lo mismo.
Y, como ante un tren que no sé si parte
o regresa, dispongo sólo de un cuerpo
que arrojar a las vías
e interponer a su marcha.
Tranquila, tranquila: es nada más que una metáfora,
y éstas no buscan cumplirse
a diferencia de, a veces, los sueños.
A veces, no siempre.
Y no es lo mismo.

Nevada

Nieve. Toda la tarde ha nevado.

Empezó primero por manchar la verja,
la acera, las ventanas.
Ha cubierto después los rosales,
los peldaños, las macetas.
Una sucesión precisa, matemática casi,
como las migrañas en la tarde:
pulsos en las sienes, dolor, aplastamiento.
Hasta que un calmante lo droga
y quedo inmóvil como un móvil de Calder
antes de que lo agiten unas manos o el viento.

Cefalea, nevisca, muerte, ¿por qué se asocian
en un motivo del arte contemporáneo?
¿Por qué si estás, estoy completamente vivo?

Pero anochece y sigue nevando. Una nieve
ajena a la de la infancia, cuando
la habitación, el día no quedaban oscuros
y el blanco era el blanco, lento deshacer del tiempo.
No, esta nieve es otra. Nieve que aleja y separa,
oculta los caminos, borra las huellas, ahuyenta
los pájaros. Es el presagio, la contingencia terrible
de que mañana no estés.

Nieve. Desde tu ausencia sigue nevando.

Estornudos

Salir al sol, estornudar tres veces.
Que este acto sencillo, tan común,
tan nuestro, repita su mecánica
cada mediodía, casi a las tres,
de este verano que aún, como
nosotros o el verde de la hierba,
o el calor o las rosas,
no se ha cumplido del todo.
Y así, no importa el lugar,
en qué plaza, con qué otra gente,
eso que , bien mirado,
no pasa de ser una alergia,
sea un aviso, el rezo, la llamada
de algo que en el interior
se mueve, agita, se rebela
porque quiere crecer,
porque quiere salir,
porque desea, desea y desea
verdecer con el césped,
abrirse en las rosas,
estallar al calor pleno de julio
en cada julio, en cada enero
y a tu lado.