José Kozer

Poemas de José Kozer

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de José Kozer:

Rebrote de Franz Kafka (Tríptico de Franz Kafka)

Es una casa pequeña a dos niveles no muy lejos del río en un
callejón de Praga. En la madrugada
del once al doce noviembre tuvo un sobresalto, bajó a la cocinilla con
la mesa redonda y la silla de tilo, el anafe y la
llama azul de metileno. Prendió
la hornilla
y el fuego verdeció a la vez (tres) llamas en los tres cristales de la
ventana: olía a azufre. Quiso
pasar
a la salita comedor a beber una tisana de boldo y miel, corrió la
silla y se acomodó delante de una taza de barro siena que
había colocado no se sabe hace cuánto
sobre el portavasos de mimbre a seis colores, obsequio
de Felicia: y una vez más
apareció Felicia con la raya al medio, las dos trenzas y un resplandor
de velas en el óvalo blanco de aquel rostro ávido de
harinas y panes de la consagración, rostro
tres veces
una llamarada en el cristal de la ventana: apareció. Y era una vez
más la niña tres veces de sus muertos, acudían
al golpe
del triángulo unos músicos de cámara y al golpe de la esquila (las
tres) en el alto campanario no muy lejos
del río: se arrellanaron, diez
tazas, diez
sillas en la inmensa casona de las mansardas, la casa en que los
miradores y las cristaleras (establos y galpones)
se abrían día y noche, el agua
y las esponjas
relucían. Pues, sí: era otra época y un coro de muchachas vigilaba
las teteras (bullir) los eucaliptos (bullir) la mejorana
y un agua digestiva (mentas) aguas
de la respiración: todo
tranquilo (por fin) todo tranquilo, subió los escalones y vio que se
tendía en el cristal de la ventana (por fin)
sin una aglomeración de pájaros
en la ventana.

Premoniciones para finalizar el siglo

En lo más crudo del invierno de 1981 encontramos en el único tiesto
vivo que quedaba en casa
una violeta
minúscula que en pleno día sin sol de sí arrojaba unas sombras
numerosas que se esparcían por el techo y por todas
las paredes
de la sala, desaprecían por las cuarteaduras y la hendija de las
maderas, nuestras
niñas
dijeron que se fugrían a los manantiales: no era vivamente todavía la
voz del hambre ni el diácono de las hroas
que llegaban
en su yegua con sus numerosas navajas barberas a raspar las cabezas
o cepillar algún mueble cuyas virutas
traerían
a la memoria los años e abundancia en que el caracol echaba de sí
grandes
multiplicaciones
y la luz nos confundía con aquellos limones grandes como vejigas de
oro: mucho
nos desalentó
aquella flor y más aún la luz que caía sobre el plato rebañado con sus
vestigios de otra luz
a la que sucumbieron
las grasas dulces de nuestras mujeres en sus faenas, la cópula dorada
de nobles panes a la mesa y el enredo de cuatro peces quietos con
su ojo de techo
en los platos.

Noción de José Kozer

No es el hijo, ni del lobo ni de la cordera, de ahí su sentido de la
organización.
“Acabo de contar 28 gaviotas rumbo al poniente.” No es capaz de
bajar las escaleras corriendo como si hubiera visto un alma en pena
para comunicar a su mujer Guadalupe la noticia: 28 gaviotas
le recuerdan la fecha de su nacimiento, se retiene,
algo sombrío y que no remite de pronto lo apremia.
Pero pasa a la diversidad, así se zafa: cierto que está a merced
de la literatura pero quién no.
Graneros, kvas. Pushkin, Levín: no hay novela del siglo XIX que por
uno u otro motivo no le impresione.
Impresionable: las manzanas lo dejan boquiabierto.
Mucho más, el azul.
Su ambición es una: todo el vocabulario.
Describir el uniforme del teniente primero de húsares, la ambientación
de un rostro en una casa con establos y troikas,
olor dulcísimo a boñiga de los caballos.
Los vuelos y las telas (bromas) de los vestidos de Mademoiselle
Kaushanska.
Quizás, sus lecturillas no han sido del todo inútiles: ha dejado de
pensar en aquella reina suprema de las tablas aún sin historiar,
la actriz Olga Issamovna en cuyo amor, ocho años,
jamás hallará un pañuelo de cabeza ni un parasol.
La noche de la separación encontró en la sala un zapato, una
boquilla.
Noche de bodas.
Podía haber escrito una novela: sin embargo, son otras las escenas
que lo atraen.
Así, para 1974 (homenaje a Guadalupe) recompuso como en un juego
de bujías y tarjetas postales sus primeras contemplaciones habaneras.

Gramática de mamá

En mayo, qué ave era
la que amó mamá. o hablo de las mimosas.
Dice que no recuerda el nombre de los ríos que circunscribían su
pueblo natal: aunque
siempre se ahogaban
un varón y una hembra en verano un varón y una hembra en verano.
Menciona
una conversación
crucial con sus hermanas: son como amigas entrelazadas por el
meñique, se irán. Cuánto desánimo, aunque
en los camarotes
haya un centro de mesa con frutas tropicales, sobre cubierta hermosas
meretrices que hablan un idioma gutural, no les asombra
la aviación
ni el cable trasatlántico (letras) que atizan los gorriones boquiabiertos
o despiden
mariposas de luz. Llegarán
entre muchachos entalcados y con guedejas aromáticas que irán
diseminándose por Apodaca Teniente Rey Acosta, acabarán
por adquirir
un chiforrobe de caoba con unas iniciales tibias en la ropa interior
y que sirva
a la vez de caja fuerte. Se habrán establecido, pronto irán a tutearse en
los seminarios de sionismo, mamá
en un esmerado castellano.

Gramática de papá

Había que ver a este emigrante balbucir verbos de yiddish a español,
había que verlo entre esquelas y planas y bolcheviques historias
naufragar frente a sus hijos,
su bochorno en la calle se parapetaba tras el dialecto de los gallegos,
la mercancía de los catalanes,
se desplomaba contundente entre los andrajos de sus dislocadas,
conjugaciones,
decía va por voy, ponga por pongo, se zumbaba las preposiciones,
y pronunciaba foi, joives decía y la calle resbalaba,
suerte funesta déspota la burla se despilfarra por las esquinas,
y era que el emigrante se enredaba con los verbos,
descargaba furibunda acumulación de escollos en la penuria de
trabalenguas,
hijos poetas producía arrinconado en los entrepaños del número y
desencanto de negociaciones,
y ahora sus hijos lo dejaban como un miércoles muerto de ceniza,
sus hijos se marchaban hilvanando castellanos,
ligerísimo sus hijos redactando una sintaxis purísima,
padres a hijos dilatando la suprema exaltación de las palabras,
húmedo el emigrante se encogía entre los últimos desperfectos de
su vocabulario rojo,
último padecía para siempre impedido entre las lágrimas del Niemen,
fin de Polonia.

Naturaleza muerta de Franz Kafka (Tríptico de Franz Kafka)

Para Jorge Rodríguez Padrón
con Pizca



Le cupo amar los gorriones.
Porque era un hombre abundante y detestable quiso creerse oscuro
como si fuera un habitante de la ciudad de Viena
condenado a inspeccionar el mundo desde los
ventanales que Stalin concibió en el Kremlin.
Pero soñaba también con los cañaverales.
Vio un día que lapidaron la imagen de San Juan de Patmos en los
ojos rasgados del fuego.
Y se sintió circundado de palomas.
Vasto en exceso, conoció momentáneamente las desdichas de la
ambigüedad.
Creyó verse asesinado entre los matorrales por los gendarmes.
Por su falta de clarividencia conoció el futuro.
En la piedra de los holocaustos comprendió su significado.
Dejaba demasiadas circunstancias por terminar.
Nadie compareció: llamaban a los fiscales en la piedad.
Lo empezaron a buscar por Praga o en la incesante garúa de Lima
pero sólo desenterraban el veredicto que dejó en las bibliotecas.
Nadie entre tantísimos documentos lo quiso consolar.