Jorge Valdés Díaz - Vélez

Jorge Valdés Díaz-Vélez es un poeta y diplomático oriundo de México, nacido en Coahuila el 24 de septiembre del año 1955. Con respecto a la poesía, asegura que es un oficio que debe pulirse con el trabajo diario, a base de esfuerzo y paciencia. De hecho, dada su apretada agenda, se ve forzado a escribir de noche, sacrificando horas de sueño en pos de su vocación. Por otro lado, desde hace más de tres décadas, se dedica a la diplomacia, y gracias a dicha ocupación ha podido viajar por varias partes del mundo, enriqueciéndose y recogiendo experiencias, pero también premios, que representan un orgullo personal para él así como nacional para México; recientemente, por ejemplo, fue el primer ciudadano mexicano en recibir el Premio Iberoamericano de Poesía Hermanos Machado.
A través de su poesía, Díaz-Vélez aborda los sentimientos, el paso del tiempo, la soledad y los lugares, entre otros elementos que atiende con un estilo moderado pero incisivo. Entre los poemarios que ha publicado hasta el momento, encontramos "Tiempo fuera", "Jardines sumergidos", "La puerta giratoria" y "Mapa mudo". A continuación, disponemos de una completa selección de sus poemas, donde es posible disfrutar de títulos como "Los sonámbulos" y "El fotógrafo y la modelo".

Poemas de Jorge Valdés Díaz - Vélez

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Jorge Valdés Díaz - Vélez:

Viernes 5 de abril, 1:45

La muchacha del cuadro
mira a la visitante
del museo. Son jóvenes
las dos de frente, y bellas
mirándose a los ojos
a través de los siglos
que urdieron el encuentro.
La muchacha de afuera
sonríe al contemplarla
como a una antigua amiga,
a un tiempo eterna y breve;
da unos pasos atrás,
murmura algo en latín
y busca en el bolsillo
el bulto que advirtió
inquieto un policía
al verla entrar. De prisa,
el guardia la intercepta,
discuten, la registra
y rueda sobre el suelo
brillante una manzana.
La muchacha del cuadro
mira cómo se aleja
la muchacha que afuera
empuña oculta, firme,
una cuarenta y cinco.

Los sonámbulos

Se despertó al oír un ruido
a sus espaldas, un murmullo
de frondas embozado. Abrió
los ojos y rozó en silencio
sus brazos recogidos entre
la nervadura de la sábana.
Qué sucede, por qué no duermes
--le preguntó mientras el alba
ya era otra forma en los espejos.
Me soñaba contigo --dijo
sin mirarle. Y se dio la vuelta,
cerró los párpados del sueño
para buscar la piel que huía
desde sus yemas, luz adentro.

La invitada

Tienes que detenerla
--dijo. Su voz temblaba
con pasión. Me gustaba
aquel temblor; el verla

actuar así, tenerla
cerca mientras mudaba
su gesto, confortaba.
Tienes que detenerla

--insistió. Ya es muy tarde,
no lo puedo evitar
--le respondí--, no hay nada

que hacer. En un alarde
teatral, fingió llorar
aunque reía, helada.

Ishmar

para Martha Iga


La manera de peinarte desnuda
ante el espejo húmedo del baño,
de apresar en la palma tu cabello
para escurrir el agua y agacharte
en medio de palabras que no entiendo;
el acto de secar tu piel, la forma
de sentir con las yemas una arruga
que ayer no estaba, o de pasar la toalla
por la pátina oscura de tu pubis;
el modo de mirarte a ti contigo
tan cerca y tan lejana, concentrada
en una intimidad que a mí me excluye,
son gestos cotidianos de sorpresa,
ritos que desconozco al observar
las mismas ceremonias que renuevas
al calor de tu cuerpo y que dividen
un segundo en partículas: espacios
donde la vida expresa su sentido
posible y que se afirman al peinarte
desnuda en las mañanas, como un fruto
que yo contemplo por primera vez.

El desastre

El ángel de pasión dejó tu casa
con un desorden tal que no sabías
por dónde comenzar: copas vacías,
ceniza por doquier. Y su amenaza

rotunda de carmín: “En la terraza
te aguardo. Un beso. Adiós”. Tú conocías
la forma de cumplir sus profecías.
Temblaste al recordar: “Todo lo arrasa

un ángel si al partir te sobrevuela”.
Te diste apresurado a la tarea
de hacerla remontar por tu memoria,
sus manos en tu piel, su duermevela.

Pensaste: “Si es amor, pues que así sea”
y fuiste a abrir la puerta giratoria.

El fotógrafo y la modelo

El tiempo que fue siempre tu enemigo
se detuvo en tu imagen. Ya eres esa
chica de calendario, la princesa
sin fábulas, el ángel que consigo

colgar de cualquier nube. De oro y trigo
la luz ensortijada en tu cabeza,
la arena que se acaba en donde empieza
la línea de tu sexo. Estás conmigo

y no tienes tristezas ni pesares
ni citas por cumplir. Sólo reposas
inmóvil en el cuadro, entre palmeras
de plástico y heladas mariposas

robadas del Cantar de los cantares.
No sabes que no has muerto. Si supieras.