Jesús J. Barquet

Poemas de Jesús J. Barquet

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Jesús J. Barquet:

Destierro sin ángel

Ay, ángel, ¿dónde estás, cómo poder verte?
¿En qué arista del mundo tu recuerdo despidiéndome?
¿Qué largo adiós esta suerte de tierra desconocida?
¿Qué he hecho de mí o qué me han hecho?
¿Qué aún busco
que ya más nunca encontraré?
¿Quién como tú que en un recóndito
recodo del tiempo me aguarde todavía?
Si ya no puedo amar,
si ya no son mis brazos para abrazar sino
para ponerme el disfraz de cada día.
Si ya no sé quién soy ni dónde
se quedó detenida para siempre la vida.
Ay, ángel, ¿dónde estás, cómo poder verte?

Aquel sabor natal, aquellas gentes
que me enseñaron a amar:
las plantas, las calles, los amigos, la casa.
Ay de la patria, raro ventrículo de la razón
de vivir,
suerte de orgullo inmaterial,
de árbol enraizado en su paisaje,
de gaviota volando sobre su propio lar.
Pero, ¿cuál patria?
¿Aquel montón de tierra sobre el mar?
¿El azaroso lugar donde nací?
¿O un hambre del espíritu: una imperiosa
necesidad terrenal
de ese Ser único que todos anidamos?

Nada sé.

No sé ahora ni quién soy
tras este haberme vaciado tanto:
Adiós a las playas de infinitas holguras,
Adiós a las costumbres de familiares texturas,
Adiós a nuestras huellas inocentes y amantes
sobre la arena.
Para ahora de nuevo comenzar, de nuevo
cargarme de extrañas criaturas sin perseguir
ni siquiera una Forma.
Ay, ángel, ¿dónde estás, cómo poder verte?

Quizás también tú me hayas abandonado.

Teología de la nieve

Sólo la nieve.
Sólo la nieve azul que desconozco
impregna mis motivos.
Sólo su esperma inaugural, el
incentivo espesor de sus cristales
que descubrí entre los libros,
configuran mi signo, me
brindan una estela
que todavía no aprendí.

Todo lo demás es lento y desandado
como una oruga:
Primaveras de cartón,
sobras de almuerzos obreros
y catedrales cabeceantes.
Todo lo demás es hartazgo,
salvo la nieve
azul que desconozco
sobre mis hombros descalzos.

El artista adolescente

                                                  a Manuel y Klarissa, que pintan




No puede decir si permanece o si sale
corriendo cuerpo abajo hasta el olvido.
Está seguro de que no ha muerto todavía.
Vive
de lo que le dan los transeúntes, de
cantar en las esquinas, de caminar
sobre el río de estos tiempos,
de entorpecerse el paso a cada instante,
está en el café y en los tormentos,
en el olor del día.

Busca
una mano que añadirse, nace
del disparo de dos cuerpos, usa la soledad
cuando algo escribe -- la siente rastrillar bajo las uñas --,
ara campos
           se dispone
    (constantemente se anima),
puede vérsele tocando a cada puerta -- a veces grita.

Está hecho de tiempo, no hay remedio.






(no recogido en libro, 1971)

Elogio de las cosas

                              I

No me preguntéis por las cosas.
No ven mis ojos sino lo blanco,
la hoja en que transcribo una turgencia.
No ven sino lo que adivino, una
cándida luz, una esperanza.
Y de nada de esto
me dan razón las cosas.

                              II

Sólo un silencio nos llega de las cosas
que una vez nos colmaron. Cuando
volvemos a contemplarlas,
allá en el tiempo claro de la memoria,
nos hablan en silencio del antiguo
calor de sus maderas: sus texturas susurran
sin palabras
-- nos preñan --
el motivo que una vez las preñara.
Y es como un grito ese silencio
que nos llega de las cosas,
cuando nuestros ojos acarician
calladamente
el escondido estupor de sus materias brutas.

Coplas por la muerte de mi patria

                    nacer es aquí una fiesta innombrable
                    José Lezama Lima




Ya la patria no es nada:

Ni un recuerdo, ni un anillo, ni los padres
aquellos
que alguna vez se amó
y que por compasión la tierra
acabó por tragárselos.

Ni la playa desde la cual venía a contemplarnos
el ideal,
pues otras playas del mundo se nos han interpuesto
y sus aguas enturbia malsanamente la memoria, esta
torpe insistencia
de la nostalgia en que no debemos confiar.

Ni aquellos callejones y azoteas desérticas donde hacerse al amor,
ahora que tantas calles del mundo nos han transitado.

Ni la cobriza turgencia de una piel cuya ausencia
disímiles pigmentaciones nos llevó a conciliar.

Ni la sorpresa que ahora dudamos si lo fue.

Ni aquel viento conforme y escaso, milagro
únicamente concedido al llegar junto al mar.

Ni siquiera la infancia, prematura vejez asumiendo
una falsa inocencia y ocultando su espanto.

Ni tampoco esas cuatro letras que podría
pronunciar aquí como un conjuro o un bálsamo
serán más nunca mi patria,
aunque consten en toda acta oficial y nacer
fuera allí
alguna vez, para alguien,
una fiesta innombrable.

Naturaleza muerta

                    (con mango, uvas, piña, mamey y plátano)

Hay sol, no maduro aún
pero desplegando seguro infinitudes
venideras. En la torpe mesa del hombre
el sol, con manchas tercas
presagiando su sabor.

Está el noble rosario vegetal aún no morado,
sola su hermosa hermandad en tanto ruego
humano por vivir. Están finísimas, perfectas,
similares en la virtud del bien, en la alegría
del Buen Degustador.

Está orgullosa en su trono la reina convencional.
Capa y espuelas le lucen siempre. Fuerte escozor
deja siempre en la voz del hombre que la pronuncia.
Descanse pues su grandeza solitaria,
nunca cariciosa.

Está también la sangre de los hombres más puros.
Oval parece porque ha ido ocultando
su negro mineral, su magro instinto.
Oscura parece porque allá se nos fue
la sangre del instinto, el instinto de la sangre.

Precisa la atención: dormido se despliega,
callado se enmudece su ternura. Le cubre
un caracol de tiempo irreversible, hasta que
estalla su sueño en la gruta compañera.
Ahora, ¡silencio!, reposa.

Sostiénelos un cristal nuevo, un arrebato
de la mejor transparencia
que el hombre haya padecido alguna vez.
Sobre la mesa, en flor o muerta,
alguien contempla su inmanencia.