Jaime Torres Bodet

Jaime Torres Bodet fue un escritor y diplomático mexicano, nacido en Distrito Federal el 17 de abril del año 1902 y fallecido en la misma ciudad el 13 de mayo de 1974. Como hombre de letras, recibió numerosas menciones, premios y medallas, y participó de la Academia de la Lengua de su país. Incursionó en varios géneros, entre los que se encuentran la novela, el relato y la poesía, y se dejó influenciar por diversas corrientes literarias provenientes de Europa, respondiendo a una necesidad de encontrar una sensibilidad y una estructura estilística que renovaran la escritura de su época. Otro punto de interés de Bodet fue la crítica, a través de la cual colaboró notablemente con el desarrollo de la literatura. También fue reconocida su intensa labor en el ámbito educativo, impulsando la alfabetización por medio de la fundación de escuelas y centros de capacitación, entre otros movimientos culturales para beneficio de su tierra.
Algunos de los libros que publicó entre los años 1918 y 1961 son "El corazón delirante", "Estrella de día", el premiado "Rubén Darío" y "Memorias", que consta de cinco tomos. Entre los poemas de su autoría que presentamos a continuación, es posible disfrutar de "México canta en la ronda de mis canciones".

Poemas de Jaime Torres Bodet

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Jaime Torres Bodet:

Agosto

Va a llover... Lo ha dicho al césped
el canto fresco del río;
el viento lo ha dicho al bosque
y el bosque al viento y al río.

Va a llover... Crujen las ramas
y huele a sombra en los pinos.

Naufraga en verde el paisaje.
Pasan pájaros perdidos.

Va a llover... Ya el cielo empieza
a madurar en el fondo
de tus ojos pensativos.

Río

¡Río en el amanecer!
¡Agua en tus ojos claros!
Caer -¡subir!- en lo azul
transparente, casi blanco.

Cielo en el río del alba
-mi amor en tus ojos vagos-
oh, naufragar -¡ascender!-
¡siempre más hondo! ¡Más alto!
...Río en el amanecer...

México canta en la ronda de mis canciones

México está en mis canciones,
México dulce y cruel,
que acendra los corazones
en finas gotas de miel.

Lo tuve siempre presente
cuando hacía esta canción;
¡su cielo estaba en mi frente,
su tierra en mi corazón!

México canta en la ronda
de mis canciones de amor,
y en la guirnalda con la ronda
la tarde trenza su flor.

Lo conoceréis un día,
amigos de otro país:
¡tiene un color de alegría
y un acre sabor de anís!

Es tan fecundo que huele
como vainilla en sazón
¡y es sutil! Para que vuele
basta un soplo de oración...

En la duda arcana y terca,
México quiere inquirir:
un disco de horror lo cerca...
cómo será el porvenir?

¡El porvenir! ¡No lo espera!
Prefiere, mientras, cantar,
que toda la vida entera
es una gota en el mar;

una gota pequeñita
que cabe en el corazón:
Dios la pone, Dios la quita...
¡Cantemos nuestra canción!

Ahora

Ahora que las últimas cohortes
incendiaron las últimas praderas,
en esta soledad de mármol roto,
de lámparas extintas y de palabras yertas;
sobre un polvo que fue trubuna o plinto,
corona de palacio o tímpano de iglesia;
mientras el odio se organiza
para un asedio más, en la tormenta,
contra el pavor de un reino devastado;
pienso en los que vendrán -¿desde qué estepa?-
a poblar estas ruinas,
a erigir su arrogancia en este polvo,
a confiar otra vez en estas praderas...
Y, humildemente,
con la ciudad caída bajo una estela.

Ahora que la tierra toda cruje
como una semilla en la impaciencia
del surco ansioso de agua redentora;
de este lado del tiempo en que las ramas
son nada más raíces en promesa;
aquí, donde la selva presentida
está -desde hace siglos- anhelando
que nazca el río a cuyas ondas crezca
su aérea profusión de hojas vivaces;
en esta oscuridad de savia en germen
y de patria en potencia,
como un reto al desierto inexorable,
con el árbol caído hago una hoguera.

La hora se pregunta
qué va a salir de su esperanza en vela.
Todo parece muerto y vive.
¡La sombras está dispuesta
a convertirse en luz para el que sabe
cuán lenta es siempre el alba de una idea!
Soy el único náufrago de una isla invisible,
el postrer descendiente de una época,
el último habitante de una tumba.
Y sin embargo escucho
el corazón de un pueblo que me llama,
el grito de un hermano que me alienta.
¡Nadie muere sin fin! ¡Nadie está solo!

Y silenciosamente,
con la noche caída hago una estrella.

Canción de las voces serenas

Se nos ha ido la tarde
en cantar una canción,
en perseguir una nube
y en deshojar una flor.

Se nos ha ido la noche
en decir una oración,
en hablar con una estrella
y en morir con una flor.

Y se nos irá la aurora
en volver a esa canción,
en perseguir otra nube
y en deshojar otra flor.

Y se nos irá la vida
sin sentir otro rumor
que el del agua de las horas
que se lleva el corazón...

Ambición

Nada más, Poesía:
la más alta clemencia
está en la flor sombría
que da toda su esencia.

No busques otra cosa.
¡Corta, abrevia, resume;
no quieras que la rosa
dé más que su perfume!