Aquel camino, desde la montaña,
con la hemorragia larga
de su barro,
baja,
poquito a poco,
hasta la botica aldeana.
El camino, después -¿o el río?-,
          ya detrás de las casas
          y ya envuelto
          en blancas
          vendas lúcidas.
El caminito, en la mañana.
Volver a Gilberto Owen
