Francisco González Léon

Poemas de Francisco González Léon

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Francisco González Léon:

Antiguallas

Casas de mi lugar que tienden a desaparecer:
raras casas que aún suelo yo encontrar.

Es de ver
la amplitud de los patios empedrados,
el brocal con arcadas de ladrillo,
los arriates adosados a los muros
(altos muros patinados y sin brillo)
y la parra que se afianza entre sus grietas,
y macetas, y macetas, y macetas...

Los equipales criollos
debajo del corredor;
cocina que es comedor;
los enormes cajones despenseros;
mesas de pino
tan blancas como el lino
que duermen en los roperos;
(lino fino de enantes;
lino de las estopillas y de los bramantes...)

Y las amplias escaleras y los breves ventanales;
y las vidrieras
de vidrio poligonales;
y los viejos cornizones de los labrados balcones
por las lluvias carcomidos,
donde por turno hacen nidos
golondrinas y gorriones.

La nave de la China

La nave de la China
que llegó a Acapulco
le trajo a la noble
Marquesa de Uluapa
un cofre de laca
color de vainilla;
y ornado de alados
dragones dorados
y de extrañas flores,
unos dos tibores.

Pero a mi me trajo
algo que es mejor:
a mi me ha traído
olvido de amor.

La nave de la China
trájole al Virrey,
para su hija Pía,
la milagrería
que abre un abanico
tejido en carey;
y para su esposa
el cristal tallado
de un frasco colmado
de esecia de rosa.

Pero a mi me trajo
algo que es mejor:
a mi me ha traído
olvido de amor.

Pena que se queda
del camino a un lado;
fórmula anodina
de oriental receta;
humo que las penas
ve con telescopio.

La nave de la China
hoy ha facturado
para mi dolencia
cansina y secreta
una libra neta
de ensueños y olvido
bajo la etiqueta
que asegura:
¡Opio!

Agua dormida

Agua dormida de aquel pilón:
agua desierta;
agua contagiada del conventual
silencio de la huerta.

Agua que no te evaporas,
que no te viola la cántara,
y que no cantas, y que no lloras.

Tu oblongo cristal
es como el vidrio de una cámara fotográfica
que retrata un idéntico paisaje
de silencio y de paz.

Tus húmedos helechos,
un cielo siempre azul, y quizás
un celaje...

Tú a la vida, jamás, jamás te asomas
y te basta de un álamo el follaje,
y en las tardes, un vuelo de palomas...

Agua dormida,
agua que contrastas con mi vida,
agua desierta...

Pegado a la cancela de la huerta,
de sus rejas detrás,
¡qué de veces de lejos te he mirado!,
y con hambre espiritual he suspirado:
¡Si me dieras tu paz!

Palabras sin sentido

Aunque la mañana está soleada,
tiene algo de una celda abandonada.

Habla la casa porque está callada;
y en un encogimiento del espíritu,
se me forma algo intrínseco...
...por nada.

Palabras sin sentido;
ecos de quién sabe qué ruido
se repiten las cámaras desiertas
de la desierta casa en el olvido.

Hay un rumor como el del agua de un
surtidor.
Quizá el viento que se aleja,
y que al alejarse deja
la cúspide de una queja.

Voces sin voz que entiende el corazón;
rumores que así van de pieza en pieza;
palabras sin sentido;
ecos de quién sabe qué ruido,
que ponen diafanías a la tristeza.

La casa de Doña Juana Nepomucena

El huerto umbroso, y aquel rosal
que se alcanzaba, desde la sala
de la casita a divisar.
La viejecita que allí vivía;
la viejecita que me contaba
mientras bordaba, mientras tejía,
vidas de santos,
raros portentos,
y tantos cuentos
de encantamientos y brujería.

Y las toronjas junto a las rosas:
-huerta y jardín-
Y ante al puerta
de aquella sala que era zaguán,
en su consola,
por entre lozas esplendorosas
de arte nipón,
junto a los oros de vieja taza,
aquel San Juan
Nepomuceno, que de la casa
era el patrón.

¡Qué lontananzas más obsesoras
miro al través
de aquellas horas
de mi niñez!

Buena señora que el alma añora,
¿qué es de tu gato y tus antiparras?
¿En qué almoneda lucen ahora
sus azulejos aquellas jarras?
¿En qué alacena duerme la taza...?
Dilo a mi pena: '¿qué es de la casa
de Doña Juana Nepomucena?'

¡Ah viejecita que me contabas
cuentos de brujas y encantamientos...!
No todo es ido, no todo ha muerto:
llevo en el alma tu umbroso huerto;

aun brilla el brillo de tus agujas
que me bordaron el pensamiento;
y aun fresca siento
la mansedumbre de tu casita
que olía a convento.

Cuartetos

Aunque el uno es insomne,
y el otro un somnolente,
el gato y el grillo se parecen
en que buscan del fogón
la ceniza caliente.

Ron, ron del gato;
del grillo el cri, cri persistente;
límpida noche en enero
temblando en estrellas.
Cruzado de brazos
el gato medita;
y el grillo parece
que está de rodillas.

Penumbras friolentas
enturbian mi estancia.
Roto sedimento de amarga fragancia
vaga en el recuerdo
de vieja ilusión.

Hay algo que vuela
y algo que se esconde.
Y en estos instantes
que el tiempo alargó,
callan dos silencios
y hablan dos rumores:
el gato y el grillo;
las sombras,
y yo.