Cantiga de Miragre

Esperanza López Parada

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Todos los amaneceres durante siete años, un dulce espectro tomaba
mi forma, mi cadencia y ocupaba el puesto mío, la labor junto al
torno.
Corría yo, con risa, hacia el hortelano y el amarillo crecer de los
guisantes.
Y nunca discerní, entre niebla, dónde era que, en verdad, me sus-
tituye. Si en la campanilla, en los ásperos deberes. O dentro de los
rubios brazos de aquél, mi cuidador de hojas.

El tiempo era el mediodía. Se apareció ante mí el ángel del Señor.
Se presentó bordeando transparentes y pidió quedarse.
Me rogaba pan, azúcar, malta. Consumía la despensa. Le pagué
músicos y retablos. Bebía licor francés. Probó cordero.
Compraba ropajes, se tocaba con oro. Me malgastó la hacienda,
me redujo a pobre.
Por esto, disculparéis que se me haga tan rudo,
entended que de un cielo inmaterial desconfíe.

Siempre lee sola y en un sitio grande.
Pero en una ocasión, y hacia octubre, al ir al patio se notó en com-
pañía. A través, del portal, se le apagó la vela y en el salón la oscu-
ridad era alta.
Un soplo leve le tomó los hombros, le besó la nuca.
Fue abrazo incierto, mas único. Y para no olvidarlo.

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Comentarios2
  •  
    Rafael Merida Cruz-Lascano Precioso, indagaré para conocer su preceptiva pues esta bellamente escirro.
  •  
    felipe gonzalez mer La verdadera riqueza,
    no es medible por lo material,
    puedes no tener un peso y
    ser inmensamente rico.
    Dios te toca,
    Dios te llevará...
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