Eliseo Diego

Eliseo Diego fue un escritor de origen cubano, nacido en La Habana en el año 1920 y fallecido en Ciudad de México en 1994. Considerado por muchos, inclusive el gran Gabriel García Márquez, como un brillante poeta, plasmó con maestría cuadros que mezclan sueño y realidad, ahondando en lo más profundo de los sentimientos humanos. Además de la poesía y la narrativa, incursionó en el periodismo; fue cofundador de la revista Orígenes, donde también se desempeñó como redactor.
Es autor de una importante obra poética, la cual ha sido muy bien recibida y se ha convertido en una gran influencia para otros escritores. Entre sus poemarios publicados, encontramos "En la calzada de Jesús del Monte", "Los días de tu vida", "Soñar despierto" y "Cuatro de Oros". Por otra parte, tenemos sus libros de narrativa "En las oscuras manos del olvido" y "Noticias de La Quimera", y su ensayo "Libro de quizás y quién sabe".
Eliseo fue uno de esos afortunados artistas cuyo trabajo es valorado en vida, lo cual resulta tristemente llamativo. Por su obra producida hasta el año 86 recibió el Premio Nacional de Literatura cubano; siete años más tarde, le otorgaron el Premio Internacional de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo.

Poemas de Eliseo Diego

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Eliseo Diego:

Arqueologia


Dirán entonces: aquí estuvo
la sala, y más allá,
donde encontramos los fragmentos
de levísimo barro, el sitio
del calor y la dicha.
Luego

vendrá una pausa, mientras
el viento alisa los hierbajos
inconsolables; pero
ni un soplo habrá que les evoque
la risa, el buenas tardes,
el adiós.

Quietud


Casi no roza la palabra
siquiera el borde de la luz
bajo la sombra de los mangos.
Todo

está inmóvil ahora, como a salvo
del tiempo que se va
-sesgado, a oscuras-
por el secreto de tus venas.

El oscuro esplendor


Juega el niño con unas pocas piedras inocentes
en el cantero gastado y roto
como paño de vieja.

Yo pregunto:
qué irremediable catástrofe separa
sus manos de mi frente de arena,
su boca de mis ojos impasibles.

Y suplico
al menudo señor que sabe conmover
la tranquila tristeza de las flores, la sagrada
costumbre de los árboles dormidos.

Sin quererlo
el niño distraídamente solitario empuja
la domada furia de las cosas, olvidando
el oscuro esplendor que me ciega y él desdeña.

Artesanos


Pules y pules, ves, el duro verde
hasta que al fin brota. Le has querido
forma de pétalo.
(Más tarde
alguien, sagaz, dirá: el hacha
tiene forma de pétalo.)

A solas
pules y pules en la luz de octubre
hasta que asoma el alma de la piedra
en un hoy sonriente.
Lejos
está mañana, como lejos
ayer quedó contigo.

Sólo el alma
sonriente de la piedra verde
brilla en el hoy de siempre.

Esta mujer



Esta mujer que reclinada
junto a la borda inmóvil de su casa
soporta con las manos arrugadas
el peso dócil de su tedio,
sólo escuchando el tiempo que le pasa
sin gracia ni remedio.
Esta mujer, desde la borda
blanca de su balcón, que el patio encierra,
mira correr, ansiosa y sorda,
la estela irrestrañable de la tierra.

Fracaso


El piano al mediodía, solo,
de álamo en álamo la música,
de resol en penumbra,
no se levanta, no remonta,
se cae del ala, pía, la música,
vuelve otra vez, anhela,
sube, sube, de pronto
la dicha cruza en una ráfaga,
tropieza con la luz,
no puede,
tiembla, quisiera
ser, la música.