Confesión

Cira Andrés

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A Marcel Proust

¡Oh!, Marcelo, soy una desterrada.
Los heliotropos de mis ojos
están sobre la tierra para podrirse,
para que vengan los gusanos de la muerte.
Mi espalda es divina y mi sexo conmovedor,
tiemblo ante el roce de una mano
como una gota de agua
en el parabrisas de tu coche.
Cómo irme a la cama
sin saber que alguien va a desangrarse
porque deje la luz del cuarto encendida,
porque entre los resquicios de mi memoria
un hombre, otro, va a quitarme el sueño.
Preparo una taza de té, el baño
cuido de mi cuerpo con agua de rosas
para que ese enemigo de mi tranquilidad se serene,
para pensar en ti, en la soledad laboriosa.
Pero el hilo de mi recuerdo no existe,
busco a un hombre que no me ha amado
y huye de mí.
Soy, querido Marcelo,
una bestia echada
sobre las mantas blancas que cubrieron tus sudores.
No tengo perdón.
Los heliotropos que florecen en los jardines más amados
en los ojos más venturosos
también van a podrirse
y el sabor que alguien nos deja, aun sin probar sus labios,
puede ser el té de cualquier tarde
en que morimos.

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