Carlos Martínez Rivas

Carlos Martínez Rivas fue un poeta de ascendencia nicaragüense, nacido en Guatemala el 12 de octubre de 1924 y fallecido en Managua el 16 de junio de 1998. Su incursión en la escritura fue muy temprana; a la edad de dieciséis años se le otorgó el Premio Nacional de Poesía. Finalizados sus estudios secundarios, viajó a Madrid, donde cursó Filosofía y Letras y, más tarde, trabajó como diplomático, cargo que también desempeñó en Roma. Luego de haber vivido en varios países, tanto europeos como americanos, regresó a Nicaragua. Allí colaboró con el periódico Novedades, dirigiendo el suplemento cultural Mosaico durante dos años y ocupó una cátedra de crítica literaria y de artes plásticas en la Universidad Nacional Autónoma.
Entre sus poemas más importantes se encuentra "Canto fúnebre a la muerte de Joaquín Pasos", dedicado a la prematura muerte de su amigo, y "La insurrección solitaria", que pertenece al último libro que publicó, el cual se lanzó originalmente en México en 1953 y se reeditó varias veces y en distintos países, como ser Costa Rica, Nicaragua y España. Esto no significa que no haya escrito más poemarios; su siguiente título, "Infierno de cielo", le mereció el Premio Nacional Rubén Darío en el año 84, aunque fue editado póstumamente.

Poemas de Carlos Martínez Rivas

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Carlos Martínez Rivas:

Mundo


Dios hizo el agua
El Diablo la echó en el vino

Dios hizo la ventana
abierta para el hombre
interior
El Diablo la puerta
cerrada para el de afuera

Dios hizo el pan
El Diablo su precio

Dios hizo las mejores
palabras ocultas
El Diablo las que sobran

Dios nos hizo juntos
El Diablo nos falsificó
separados

Dios te hizo una
El Diablo otra

Yo te esperaba
Pasaste sin mirarme.
Te escribí entonces un epigrama
como una ortiga.
Pero ¡ay, tú no lo leerás.
Tú nunca lees versos, mi niña!

Romanzon


Caminantes camineros
de Madrid a San Sebastián
hemos visto cómo toda la tierra
está cantada por el mar.
Y al borde de tu misa oímos
un océano universal
y el rumor de todas las hostias
que se venían a quebrar.
(...)
Y caminantes camineros
sacamos en claro esta verdad:
que toda la tierra puede
ser cantada desde un altar.
Como un nadador que separa dos olas
así abriste tú el misal.
(...)
Nos abriste como una casa
las grandes puertas del misal
-el único pórtico rojo
por el que debimos entrar-.
Cambiar nuestro vino por tu Vino;
cambiar nuestro pan por tu Pan.

Las virgenes prudentes


¿Quién es esa mujer que canta
en la noche? ¿Quién llama a su hermana?
De país en país, esa rapsoda que vuelva en el viento
por encima del mar tenebroso donde culebrea el cielo?

¡Salidle al encuentro!
Ella, la enamorada.
Ella nada más, y su hermana.
¿Ese viento que canta?

Es la voz del amor. La voz del deseo del amor que se alza
en la noche alta.
Sobre la potencia de la ciudad, esa voz que gira.
Esa aria exquisita!

Sólo esa nota vibra en la noche helada.
Esa arpa sola tañendo en la noche vasta.
Ese único silbo penetrante de la pureza.
Sólo esa serenata encantada.

Y el amor de las hermanas!
De las estrellas protegiendo sus llamas
para el Deseado que tarda.
Nada sino eso: el cañaveral de las desposadas
y la sombra alargada del Ladrón que escala.

Canta la noche y las llanuras solitarias
sometidas al hechizo de la luna. Claras,
vacías súbitamente al paso de las hermanas.
Al paso de la bandada blanca de las vírgenes hermanas.

Las que se entregaron al amor.
A quienes no se les concedió sino el amor.

Las Vírgenes Prudentes cuchicheando en la alcoba [estrellada.
Bajando la voz y subiendo la llama.
Cerrándose en medio de su sombra. Desapareciendo detrás

[de su lámpara.

Aquí sólo tienes abismo. Aquí sólo hay un punto fijo:
el pábilo quieto ardiendo y el halo frío.

Aquí vas a rasgar el velo.
Aquí vas a inventar el centro.
Aquí vas a tocar el cuerpo
Como toca un ciego el sueño.

Aquí podrás soplar y apagar tu secreto.
Aquí ya podrás quedarte muerto.

El pintor español


--Yo pintaré un hombre con una linterna.
--Hazlo. Pero qué le pondrás
alrededor para que se vea?
--Pues, noche dijo, ya iracundo.

Pequeña moral


Van dirigidas estas líneas a quien poseyó:


la Belleza, sin la arrogancia
la Virtud, sin la gazmoñería
la Coquetería, sin la liviandad
el Desinterés, si la desesperación
el Ingenio, sin la mofa
la Ingenuidad, sin la ignorancia


todas las trampas de la feminidad, sin usarlas.

Alba y mi modo


Si se da cuenta de mi modo
Si lo logro

Si le da la vuelta mi modo
Entera y en redondo
Y si mi modo a su manera
Se le presenta como
Se le recomienda solo
Si la despierta con su codo
Si le restriega un ojo
Para que vea con el otro
Y si se le pega su tono
Y ya le suena como propio

Si lo logro

Si de mi modo se da cuenta
Tomo lo todo que la quiera

Porque el modo es el hombre. Ellas
Son sólo darse cuenta.

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