ALEVOSÍA

Ana Maria Delgado

Por la calzada mojada,

en la inmensidad de

la ciudad lluviosa y lóbrega, 

se mueve con pasos perdidos,

un sujeto

de aspecto bohemio

y mirada ausente.

 

El cansancio le grita, en desespero brutal,

con gritos inaudibles,

que es necesario,

darle una tregua a sus piernas cansadas,

esclavas desde hace varias horas,

de su loco apremio,

de su desesperado frenesí,

por escapar del dolor

de saberse y sentirse en lejanía

de la boca constante,

de los brazos y manos

que siempre,

para él, solo para él

practicaban una envidiable,

generosa y verdadera

cercanía intima.

 

Ahora,

al haberse revelado

su obrar atrevido,

desligado de verdad y lealtad,

a derivado el concluyente abandono,

convirtiéndose

imprevistamente,

en un islote,

donde en soledad,

rumia sus arrepentimientos y frustraciones, 

alejado del placentero calor de la fogata hermosa,

que ardía  en cualquier tiempo,

alimentada por la esperanza,

por los retazos de afecto

la que con humildad y ternura 

le prodigaba su vida,

en cada una de sus acciones.

 

Hoy, el dolor y la tristeza

se han instalado a su lado,

y con malicia han pactado,    

recordarle por siempre su cruel perfidia,

conservando presente el dulce olor de lo perdido,

y avivando las visiones apocalípticas y lastimeras,

de su vida en decadencia.

 

El afligido sujeto,

en tanto arrastra

sus remordimientos,

aspira hondo el aire contaminado

que le lacera su afligido pecho,

ansiando recuperar sus impulsos,

como si fuese un condenado a muerte

ante el último de los deseos concedidos.

 

Se refleja su sombra

en el pavimento frío, húmedo, vaporoso.

 

A cesado por completo la llovizna,

pero el frío y el viento lo importunan,

camina tenso, sin ganas

con sus mojados zapatos de piel gris,

casi blancos por el deterioro.

 

Aunque a su cuerpo lo cubre

un grueso traje de paño negro,

la humedad se introduce por sus porosidades

y le aguijonea la piel en inacabable tortura.

 

El cabello aplastado por el agua lluvia,

le enmarca la cara amarillenta,

cierra con mayor fuerza

las manos agarrotadas   

en los bolsillos interminables de su ceñido abrigo,

recuerda que no ha comido…. bosteza.

Las luces de colores

se reflejan en las gotas de lluvia

que se descuelgan sin pensarlo,

de los techos de las casas antiguas

de esa zona de la ciudad

que a esa hora,

quieta duerme placida,

se sosiega del movimiento caótico del día

del ruido,

del continuo ir y venir

de la gente…

y él está solo.

POR: ANA MARIA DELGADO P.

  • Autor: ANA MARIA DELGADO (Seudónimo) (Offline Offline)
  • Publicado: 22 de diciembre de 2010 a las 01:56
  • Categoría: Amor
  • Lecturas: 27
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Comentarios2

  • le mont blanc

    Ana:

    No es el único que está solo, hay muchos mas y yo me incluyo.
    El tiene mojado su abrigo, su cuerpo.
    Pero yo tengo mojada el alma.
    Es una triste realidad.
    Así se navega permanentemente en el mar de la indiferencia de la gente...
    pero yo confió en encontrar una islita de palmeras, con mucha agua fresca de lindos cocos .
    O porque no? un barquillo pescador que le haga falta un buen timonel.

    Cariños..si

    L.M

  • Ana Maria Delgado

    Le,
    El personaje de este escrito quedo solo por traicionero, por su juego burdamente sucio...
    Porque dices que tienes mojada el alma? , porque hablas de indiferncia de la gente, eso es una falacia absoluta, para mi tu no pasas desapercibido llegas y te quedas y poco a poquito te vas metiendo en mi corazon... si quieres ven a mi isla, aca hay calma, comprension, cariño, afecto, respeto, solidaridad, compañia, te ofresco agua limpia y fresca para que la tomes y sientas como te llenas de energia...
    Un Beso,
    Ana Maria



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