En medio del bosque vivía un árbol anciano, con arrugas profundas y recuerdos lejanos. Sus ojos entreabiertos guardaban una calma pesada, como quien atesora secretos en el alma. Miraba con ternura a la pequeña criatura que se acercaba con curiosidad.
La niña lo observó, y muy despacito se acercó. Al tenerlo enfrente, levantó la vista hacia su rostro y, tocando sus arrugas, preguntó en voz bajita:
—¿Por qué estás tan viejo y arrugadito? —¿Acaso eres un árbol abuelo?
El árbol sonrió levemente y respondió con dulzura:
—Mi niña, cada arruga guarda una historia. Son huellas que el tiempo labró en mí: lluvias, abrazos, silencios que me han acompañado. Y sí… quizás soy un árbol abuelo, porque he prestado sombra a muchos sueños y escuchado risas que ya se han ido. mi tronco, un corazón que late despacito entre las hojas.
La niña llena de curiosidad por lo que acaba de escuchar, apoyó su mejilla en el tronco y murmuró ¿me dejarías escuchar?
Y mientras lo hacía lo miro a los ojos mientras le decía con una sonrisa traviesa —¿Y si te hago cosquillas, las sientes y también te reirías?
En ese momento el ambiente se llenó de una mágica complicidad, y sin esperar respuesta la niña con aquel juego de preguntas continuo:
—¿tus ojos están tristes? Se nota que han llorado
—He llorado y he reído —dijo el árbol—. Mis ojos han visto crecer la luna, y también a los pájaros usar mis ramas como cunas.
La niña tocó sus manos rugosas y entumecidas.
—¿Ya no puedes abrazar?
—Sí puedo, mis ramas son como brazos que aprendieron a esperar, pero ahora abrazo despacio, para que el momento no se escape.
Se hizo un breve silencio, entonces, de entre sus ramas, se le escuchó decirle con voz estremecida:
—Te confiaré un secreto: envejecer es hermoso. Es transformación, y más aún cuando se hace con amor. Porque el alma nunca se arruga, siempre florece.
La niña con sus ojitos llenos de dulzura y saltando de felicidad a él esto le respondió:
¡Entonces, envejecer es hermoso!... sabes es como jugar a cambiar de disfraz, en ti cada arruga es un traje nuevo, es como dejar que el tiempo con acuarelas pinte en tu piel los recuerdos.
El árbol la miró y asintió con ternura
Desde su inocencia, la niña comprendió que aquellas arrugas no eran señales de pérdida, sino huellas de vida, guardianas de historias que el tiempo había regalado. Porque el tiempo no roba: entrega raíces que abrazan la tierra, recuerdos que perfuman el aire y hojas que siguen latiendo en silencio. No es perder juventud, sino ganar memorias, abrazos más sabios y raíces más profundas. El tiempo nos transforma, y cuando se vive con amor, el alma nunca se arruga: siempre florece.
Conmovida, se acercó despacio, y él la recibió con los brazos abiertos. Ambos se abrazaron, y en ese gesto el tiempo se detuvo.
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Autor:
Ysabel Gonzalez (
Offline) - Publicado: 30 de diciembre de 2025 a las 08:54
- Comentario del autor sobre el poema: Al escribir me sentí como esa niña traviesa y curiosa que dialoga con el árbol abuelo. Me convertí en ella para que cada palabra fluyera con verdad y emoción. Fue un encuentro mágico: yo también apoyé mi mejilla en ese tronco imaginario, escuché sus secretos, y descubrí que envejecer es hermoso cuando se vive con amor. La imagen que acompaña este cuento refleja ese instante de complicidad y ternura. En ella está la niña que fui, Escribí desde el corazón, y al hacerlo, florecí también. Fue hermoso, porque comprobé que escribir también es abrazar, ¡abrazar la memoria, el tiempo y la ternura que nunca se arruga!. Ese abrazo final no es solo entre dos personajes: es el abrazo entre generaciones.
- Categoría: Cuento
- Lecturas: 4
- Usuarios favoritos de este poema: Augusto Fleid

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