Aveces despierto con la sensación de que mi propio nombre se ha vuelto pesado, como si cargara años que no viví del todo y despedidas que aún no pronuncio. Hay mañanas en las que miro mis manos y siento que no soy dueño de ellas, tiemblan con recuerdos que no pedí, laten con historias que se negaron a morir cuando yo quise olvidarlas, ser humano es esto, aprender a caminar con fantasmas que nadie más ve y aun así fingir que respiramos solos.
Hay noches en que el silencio se vuelve presencia pegajosa y se sienta conmigo como un viejo conocido que no habla pero lo entiende todo, me mira con ojos de ceniza y me recuerda lo que perdí, lo que dejé escapar, lo que enterré antes de tiempo, no me asusta; lo extraño sería no sentir nada.
Lo gótico de la vida no está en las tumbas sino en la forma en que ciertas emociones renacen cuando creías haberlas dejado bajo tierra, hay culpas que vuelven como flores negras, hermosas y venenosas; hay deseos que duermen siglos dentro de uno y despiertan con hambre; hay palabras que hieren más ahora que cuando fueron dichas porque el eco maduró la herida.
A veces pienso que todos llevamos una casa abandonada en el pecho, con ventanas selladas y un cuarto donde guardamos aquello que no pudimos confesar ni siquiera a nosotros mismos. Allí viven los nombres que no dijimos, los abrazos que temimos, los finales que nunca llegaron. Esa casa respira aunque la ignoremos, cruje cuando el alma se estira, sangra polvo cuando la vida nos exige seguir.
Y sin embargo, incluso entre sombras, algo insiste en arder, no es esperanza, esa palabra está demasiado limpia, es más bien una brasa que se niega a apagarse, un recordatorio de que sentir duele pero no sentir mata.
Quizás lo más humano que tenemos no es la luz que buscamos sino la oscuridad que aceptamos sin dejar que nos trague por completo.
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Autor:
Bruno Gatica 1 (
Offline) - Publicado: 30 de diciembre de 2025 a las 03:28
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 2
- Usuarios favoritos de este poema: racsonando

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