Desvanecer

Luis Barreda Morán

Desvanecer

En el lento pasar de siete décadas comprendo la tristeza,
donde las lágrimas calladas no son por la estancia sin ruido,
sino por el jardín poblado donde tu nombre ya no suena,
donde las voces familiares te olvidan en el camino,
y la vejez se viste de un gris silencio desconocido.

Es un pesar más hondo, un latido ahogado en el pecho,
ver a los seres queridos pasar junto a ti como un espejismo,
sus miradas atraviesan tu cuerpo sin dejar un reflejo,
y te conviertes en un mueble antiguo, en un inútil rezago,
un alma sin presencia bajo el mismo y amplio techo.

Soñé que el tiempo era una quietud, un reloj parado en la pared,
mas es una reunión bulliciosa donde no hay sitio para tu voz,
donde cada gesto tuyo parece molestar, no encajar bien,
y cada ayuda ofrecida se interpreta como un error,
una sombra torpe que estorba su caminar hacia el ayer.

Ofrecí sin medida el calor del corazón en cada instante,
guardé sus risas, sequé sus llantos, les di mi aliento entero,
creyendo que ese cariño sería un baluarte permanente,
pero el afecto, con los años, se volvió un extraño y severo,
un juez distante, indiferente y fríamente indulgente.

Ahora mi morada es pequeña, un rincón al borde de la ciudad,
donde el sol de la mañana acaricia sin prisa los geranios,
donde el único eco es el mío, en total y fiel soledad,
pero aquí recobro mi esencia, lejos de aquellos desengaños,
y la vejez encuentra un espacio para su propia dignidad.

Ya no anhelo llamadas, ni visitas de cumplido los domingos,
no aguardo el pastel que endulce una fiesta sin alegría,
he soltado el peso de ser tolerada entre rezongos,
y en esta paz que a veces duele, reconstruyo cada día
el simple derecho a existir, lejos de esos ambiguos halagos.

Porque la pena más profunda no es la ausencia en la mesa,
es el estar sentado en ella y que tu plato nadie lo vea,
es ser un fantasma de carne, una cansada y vieja premisa,
una historia que ya nadie pregunta ni desea,
y sentir que hasta el aire que respiras a los demás les pesa.

He aprendido, al fin, que el otoño de la vida no es la piel arrugada,
la vejez es el amor que entregaste con manos generosas,
ese tesoro que guardaste para cuando fuera necesitado,
y que ahora yace en un cajón, silencioso, sin que nadie lo reclame,
sin que nadie, ni una vez más, lo pida con la mirada. 

—Luis Barreda/LAB
Tujunga Canyon, California, EUA
Diciembre, 2025.

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  • Autor: Luis Barreda Morán (Offline Offline)
  • Publicado: 27 de diciembre de 2025 a las 12:25
  • Categoría: Sin clasificar
  • Lecturas: 1
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