Diciembre 26

De Austin Mora Badilla desde su recamara de recuerdos.

26 de diciembre

Un día después de Navidad la memoria se me sube a la cabeza como café recién colado, como ese presentimiento que anunciaba tu llegada antes de verte.

Primero entraba el perro,Canela —así se llamaba—,mensajero fiel de tu risa,adelantado testigo de esa voz poderosa
que llenaba la casa antes que el silencio tuviera permiso.

Entrabas.
Saludabas.
Te sentabas a gusto, como quien sabe que pertenece.

Café caliente, un tamal entre las manos, y el mundo —por un instante— estaba completo.

Eras un hombre humilde, sencillo hasta los huesos, alto y fuerte, de manos grandes
y corazón sin alardes.

No necesitabas discursos: te bastaba un chiste mal contado, una patada al aire, una mueca exagerada para que la risa nos salvara la tarde.

Hacías reír como hacen reír los hombres buenos: sin querer protagonismo, sin saber que estaban dejando huella.

Y cómo quisiste a mi mamá… tu nuera, a la que defendías sin ruido, a la que cuidabas con actos, con ese respeto profundo
que solo nace cuando el amor es genuino
y no necesita apellido.

No te miento: me agobia la nostalgia.
El recuerdo es feliz, pero lleva ese no sé qué intrínseco, ese filo invisible
que corta despacio y duele bonito.

Porque recordar también es perder otra vez,
y hoy, 26 de diciembre, te pierdo con conciencia plena.

Mi viejo, no te imaginás la falta que nos hacés.

La casa aprendió a callar, el café ya no sabe igual,y Canela —si aún pudiera— volvería a anunciarte por pura costumbre del amor.

Hasta el cielo, mi querido Abuelo Olmedo.
Aquí abajo seguimos poniendo la taza, por si un día decidís volver a sentarte un ratito 
con nosotros.