Cuando se juntan el Sol y la Luna
no se anuncian,
no piden permiso al tiempo,
simplemente se encuentran
como se encuentran las verdades
que nacen del fondo del alma.
El Sol llega ardiendo,
con la voz del mediodía en la piel,
con los caminos abiertos
y las promesas dichas en voz alta.
Trae la claridad de lo que se ve,
la fuerza de avanzar sin mirar atrás,
la certeza de existir sin dudas.
La Luna desciende en silencio,
con su luz prestada y sabia,
con los recuerdos guardados
en los pliegues de la noche.
Ella sabe de esperas,
de heridas que sanan despacio,
de emociones que no necesitan nombre.
Cuando sus miradas se cruzan
el cielo se detiene.
Las sombras no saben dónde quedarse,
los relojes pierden su autoridad,
y el mundo, por un instante,
olvida cómo girar.
No es lucha lo que ocurre,
es reconocimiento.
El fuego aprende a escuchar,
el silencio aprende a brillar.
El día entiende que no todo se conquista,
la noche acepta que también puede iluminar.
En ese abrazo breve
nacen los eclipses del alma:
momentos en los que uno se apaga un poco
para verse mejor por dentro,
instantes donde la razón
y el sentimiento
dejan de pelear
y se toman de la mano.
Cuando el Sol se deja tocar por la Luna,
y la Luna se atreve a cubrir al Sol,
el cielo nos recuerda
que somos mezcla,
que somos contradicción viva,
que dentro nuestro conviven
la llama que avanza
y la sombra que protege.
Y aunque luego se separen,
aunque cada uno vuelva a su reino,
queda grabada una verdad eterna:
los opuestos no se destruyen,
se encuentran
para recordarse
quiénes son.
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Autor:
Daniii (Seudónimo) (
Offline) - Publicado: 26 de diciembre de 2025 a las 11:03
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 1
- Usuarios favoritos de este poema: Hernán J. Moreyra

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