La verdad no salva.
Desnuda.
Y el cuerpo social no resiste el frío
de verse sin disfraces.
No fue hecha para vivirse,
sino para insinuarse.
Como una luz demasiado directa
que, al encenderse,
no revela,
quema.
Decimos que la queremos,
pero solo en dosis mínimas,
diluida en cortesía,
rebajada con tacto,
administrada como veneno lento
para no matar la escena.
La verdad absoluta
es un acto antisocial.
Rompe pactos,
desmantela biografías,
deja a la intemperie
estructuras levantadas
sobre silencios funcionales.
Las familias no se sostienen en la verdad,
sino en lo que se calla a tiempo.
Las parejas no sobreviven por lo dicho,
sino por lo que se elige
no pronunciar.
Las naciones no se fundan en certezas,
sino en mitologías
repetidas con disciplina.
Decir la verdad
no te vuelve justo,
te vuelve inhabitable.
Porque la mente humana
no fue diseñada para soportar
la crudeza completa del mundo.
Necesita velos,
ficciones operativas,
mentiras piadosas
que mantengan el pulso estable
y la mañana posible.
La verdad no construye,
desarma.
No acaricia,
desgarra.
No une,
aísla.
Por eso se la venera
pero no se la practica.
Por eso se la cita
pero no se la aplica.
Por eso se la nombra
como valor supremo
mientras se la mantiene
fuera de circulación.
Quien dice la verdad
no libera,
interrumpe.
No ilumina,
destruye la penumbra necesaria
para seguir caminando.
Tal vez la verdad
no sea un bien,
sino un residuo.
Un subproducto incómodo
de una conciencia
que aprendió a mirar demasiado.
Y tal vez vivir
,vivir de verdad,
no consista en decirlo todo,
sino en elegir cuidadosamente
qué mentira
permite que el mundo
no se derrumbe
esta noche.
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Autor:
Kenneth (Seudónimo) (
Offline) - Publicado: 23 de diciembre de 2025 a las 06:16
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 3

Offline)
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