El Último Cartucho
Letra:Wcelogan
Don Pancho se viste de fiesta mayor,
terno reluciente, perfume a cajón.
Se ajusta la faja, se alisa el copete,
mientras ella le cuenta los billetes al trote.
Habla de fuego, de furia y pasión,
pero el cuerpo le cobra cada exageración.
Se cree toro viejo de cuernos dorados,
y arranca la hombría con rezos y fármacos.
Ella es pimpollo de veinte primaveras,
ojitos de miel, uñas finas, certeras.
Le dice “mi rey”, “mi cielo”, “mi fortuna”,
y no le mide el pulso: le mide la suma.
Lo mira con hambre, con fiebre fingida,
no busca su cuerpo: persigue la firma.
Él cree que Cupido le armó la jugada,
y no ve la trampa que ya estaba armada.
Más sabe el diablo por viejo —decían—,
pero a este lo viejo le apagó la espina.
Cuarto de hotel, luz medio amarilla,
saca la pomada, ruega maravilla.
Infla los pulmones, se golpea el pecho,
cree eterno el pulso, bendito el lecho.
Ella se le arrima con tango ladino,
y al viejo se le borran los calendarios.
Le salta el latido, sapo en la arena:
—¡Virgen bendita, qué buena está esta morena!
Se lanza Don Pancho con fe de muchacho,
sin ver a la Muerte barriendo el despacho.
Un gemido, un soplo, un “te quiero” sincero,
y el motor del abuelo quedó en aguacero.
Justo en la gloria, justo en el brinco,
se le paró el tiempo, se le fue el instinto.
Reloj sin cuerda, cuerpo sin trato:
la noche le firma su último acto.
La niña no llora, ni reza, ni espera:
marca al notario con voz de viuda nueva.
El negro le luce, la cuenta prospera,
Don Pancho quedó frío por jugar donde quema.
Y queda la fábula, clara y severa:
no hay hombre sensato si la carne gobierna.
Ni años de campo, ni oficio, ni escuela,
cuando manda la entrepierna, la cabeza se queda.
Pues queda probado, por más que se advierta,
que el juicio del hombre se vende si aprieta:
arrastra más un par de tetas
que una yunta entera de bueyes.

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