La forma del silencio

Noelia Beteta

Existen gestos que no pertenecen al orden de lo común,
formas del rostro que contradicen toda razón.
El tuyo apareció como un error del destino,
una belleza indebida, una leve desviación,
y desde entonces comprendo
que no todo lo posible
nace con vocación de permanencia o unión.

Quizá amar no sea coincidir,
sino traducir de manera distinta el mismo silencio.
Yo pronuncié una verdad buscando reflejo,
y tú respondiste con la exactitud de lo no dicho.
Porque el silencio no siempre es ausencia,
a veces es la forma más pura
de una negativa que no necesita explicación.

Basta con sostenerte en la mirada
para que el tiempo dude de su dominio,
para que lo eterno se disfrace de instante
y lo imposible parezca mínimo.
Te nombro en mis versos no para retener,
sino para entender
por qué ciertas ideas, al no cumplirse,
duelen más que cualquier renuncia al querer.

Hay en mí un impulso antiguo y contenido:
retener la suavidad de tu forma,
como quien modela lo frágil
temiendo que el tacto lo transforme.
No es deseo de posesión ni de control,
es la conciencia amarga y precisa
de que todo lo bello es transitorio,
y que soltar, a veces,
es la primera forma de amor consciente y hondo.

Si comprenderte implica perder,
entonces pierdo sin ruido ni reproche.
Me quedo en la contemplación serena,
en ese límite exacto donde el afecto no exige,
donde amar no reclama,
solo existe y permanece.

Porque quizás el amor no sea promesa ni destino,
sino una verdad breve,
una duda que insiste,
una forma de pensar el vacío
con un poco más de sentido
y menos necesidad de olvido.

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