Mi motivación actual es desconectar de internet, hacer otras cosas, vivir, conectar con un buen libro, sin dejar del todo la esencia de mis letras, por ese motivo permanezco más ausente, ocupándome más de mí y de mi familia
EL ÚLTIMO TRABAJO
Una historia de amor, valor, amistad y justicia.
Inspirado en un relato real de Hellen Miller.
Habían sido ladrones.
De los buenos.
De los que no dejaban heridos ni ruido.
Los pillaron.
Pasaron muchos años entre rejas.
Y cuando salieron, se reinsertaron.
Trabajos pequeños, vidas discretas, jueves de vino barato en la misma terraza.
Pensaron que todo aquello había quedado atrás. Hasta que la vida de Amanda lo trastocó todo.
Amanda De Santa era la mujer de Michael De Santa, la persona que había cambiado su mundo todos esos años.
No solo era su compañera: era su todo, el amor de su vida.
Gracias a ella, Michael fue una mejor persona, la mejor versión de sí mismo.
Por las noches se despertaba sentada, buscando aire como quien busca una salida en una habitación oscura.
Michael la sostenía por la espalda, contando respiraciones que a veces no llegaban.
Se ahogaba, como un pez fuera del agua,
sin soluciones,
sin medios,
sin esperanzas.
Los médicos fueron claros, sin crueldad:
—Con un BiPAP respiraría mejor.
Le daría calidad de vida.
Dormiría.
Viviría con menos miedo.
Luego bajaron la voz.
—Pero no está cubierto para uso domiciliario.
El sistema no nos permite facilitárselo.
Nos ponemos en su situación, como su caso hay miles.
Lamentablemente, no nos aprueban su uso fuera de este hospital.
La enviaban a casa una y otra vez.
Siempre al mismo bucle.
Siempre al mismo final aplazado.
⸻
Esa tarde, Michael se sentó en la terraza, Franklin Clinton lo observaba, mientras Trevor Philips no decía nada.
—Te veo distinto —dijo Franklin, sirviendo vino—. Más cansado.
—Mañana la mandan a casa otra vez —dijo Michael—. Dicen que ya no hay nada más que hacer.
Michael, que siempre había sido el más fuerte, se derrumbó.
Las lágrimas le recorrieron las mejillas.
Ya no era el tipo duro de los viejos tiempos.
—¿Y el aparato? —preguntó Trevor.
—Existe —respondió—. Lo he visto. Funciona. Pero no nos lo dan.
Bebió despacio.
—Se ahoga. No de golpe. Se apaga poco a poco. Como una vela cuando ya ha cumplido su función.
Silencio.
—No tengo dinero —añadió—. Y aunque lo tuviera, el sistema no lo permite.
Trevor sonrió apenas.
—Pensé que no nos lo ibas a pedir nunca.
Franklin levantó la mirada.
—¿Dónde está?
Michael dudó un segundo.
—En el hospital viejo. En un ala que ya casi no usan.
Nadie tuvo que decir nada más.
Un último trabajo.
⸻
No fue improvisado.
Nada de lo importante lo era.
Franklin se encargó de los permisos.
Aún recordaba cómo falsificar una orden de traslado sin levantar sospechas.
Michael se ocupó del sistema de cámaras.
No las apagó.
No dejó rastro.
Solo hizo que, durante unos minutos, nadie mirara donde no debía.
Trevor consiguió la ambulancia.
Un cambio de turnos.
Un conductor cansado.
Una firma donde no tocaba.
Entraron como siempre entran los que no llaman la atención: con prisa,
con seguridad,
disfrazados de médicos.
Batas limpias.
Mascarillas.
Carpetas bajo el brazo.
El BiPAP no cabía en un coche.
Pero sí en una ambulancia.
Cuando cerraron el portón trasero y el motor arrancó, ninguno habló.
El aparato vibró suavemente, como si ya estuviera cumpliendo su función.
—Último trabajo —murmuró Trevor.
—El más importante —respondió Michael.
⸻
Amanda miró la máquina en el salón.
La mascarilla.
Los tubos.
—¿Qué es esto? —preguntó.
Michael se arrodilló frente a ella.
—Tiempo.
Tiempo para ti.
Para mí.
Para nosotros.
Aquella noche, Amanda durmió sin despertarse.
Sin luchar.
Sin miedo.
⸻
No fueron las cámaras las que hablaron.
Fue un número.
Horas después, durante un control rutinario, alguien notó que un equipo no estaba donde debía.
Un código de inventario que no cuadraba.
Un formulario sin cerrar.
Y entonces, sí, empezó todo.
⸻
En el juicio estaban los tres.
Viejos.
De pie.
Imputados otra vez.
Con el corazón roto y las manos temblorosas.
Esposados como criminales que no lo eran.
El fiscal habló de reincidencia.
De pasado criminal.
De una reinserción fallida.
El juez escuchó en silencio.
Pidió que trajeran a Amanda.
Entró despacio, con la mascarilla puesta.
El sonido del aire llenó la sala.
—¿Sabe usted lo que hicieron estos hombres? —preguntó.
Amanda asintió.
—Sí. Me dieron tiempo.
Me dieron vida.
El juez cerró el expediente con calma.
—Conozco la ley.
Y también sé cuándo falla.
La dignidad humana está por encima de cualquier protocolo.
Retiró los cargos.
Ordenó que el tratamiento fuera cubierto de forma inmediata.
⸻
Esa noche, cenaron los cuatro.
Vino barato.
Carne demasiado hecha. Amanda respirando despacio.
Michael pensó que había hecho muchas cosas mal en su vida.
Pero que ese último trabajo había sido, sin duda,
el más justo.
Nunca volvieron a robar nada.
Tampoco lo necesitaron.
— Poesía en llamas
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Autor:
Jordi Etresi (Seudónimo) (
Offline) - Publicado: 17 de diciembre de 2025 a las 13:57
- Comentario del autor sobre el poema: Esta es una historia de amistad, valor y de segundas oportunidades, destacando que el amor es mas fuerte en situaciones complejas. Está basado en un relato verídico de Hellen Miller al cual se ha hecho una versión libre y reinventada con guiños al videojuego gta V
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 10
- Usuarios favoritos de este poema: Carlos Baldelomar, alicia perez hernandez, Mauro Enrique Lopez Z.

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