Yo no sabía amar.
Sabía nombrar las cosas,
discutir conceptos,
defender teorías del afecto mal formulado.
Pero el amor,
ese verbo absoluto,
me fue revelado
el día en que tu mano
buscó la mía
con un gesto sagrado.
No fue un contacto.
Fue un mandato.
Una súplica muda:
protégeme,
dicha sin sonido,
pronunciada en el lenguaje más antiguo
que ha conocido el humano.
Mi pulgar cubrió el tuyo,
y el mundo quedó ordenado.
Mi índice siguió al tuyo,
y el miedo quedó nombrado.
Mi dedo medio,
junto a tu dedo medio firme,
como un juramento no hablado.
Pero fue en el anular,
ahí donde la vida ata promesas,
donde el tiempo se volvió delicado.
Tus dos dedos,
anular y meñique,
quedaron contenidos,
resguardados,
como si supieran
que yo había sido designado.
Mi meñique cerró el acto.
Y en esa arquitectura perfecta,
en esa geometría del cuidado,
comprendí lo que nunca había entendido
ni leyendo,
ni perdiendo,
ni deseando.
Que el amor no es sentir,
sino hacerse responsable del temblor ajeno.
No es decir te amo,
sino ofrecer el cuerpo
como primer refugio humano.
Ahí supe
que antes de ti
solo había aproximaciones,
ensayos,
simulacros mal logrados.
Porque el amor,
el verdadero,
el irrevocable,
no entra por el pecho,
entra por la mano,
cuando un hijo la toma
y te entrega, sin saberlo,
el sentido completo
de haber nacido.
-
Autor:
Kenneth (Seudónimo) (
Offline) - Publicado: 17 de diciembre de 2025 a las 07:18
- Comentario del autor sobre el poema: Un texto íntimo, sobre un acto mínimo que lo dice todo. El cuerpo dice lo que las palabras no alcanzan.
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 2
- Usuarios favoritos de este poema: Mauro Enrique Lopez Z.

Offline)
Para poder comentar y calificar este poema, debes estar registrad@. Regístrate aquí o si ya estás registrad@, logueate aquí.