Y ese día se fue.
Mi orgullo me falló,
pensando que era lo mejor para mí…
pero ella se fue.
Mi corazón acelerado increpaba
lo que mi boca callaba;
mis venas lanzaban un mensaje claro:
¡NO DEJES QUE SE VAYA!
Mi cerebro, extrañado, se preguntaba:
“¿No has visto cómo nos ha hecho sentir?”
No entendía por qué debíamos seguir aquí.
En un segundo recorrieron cientos de recuerdos,
cientos de sentimientos,
todos con un mensaje claro:
¡POR FAVOR, NO DEJES QUE SE VAYA!
Entonces el corazón empezó a desbordarse.
No hablaba: suplicaba.
No latía: golpeaba.
Cada latido era un recuerdo estrellándose contra la razón,
cada pulso una imagen clavándose en la mente.
“¿La recuerdas?” decía el corazón, ahogado,
“¿recuerdas cómo todo dolía menos cuando estaba cerca?
¿Cómo el mundo se detenía en su voz?”
El cerebro intentaba sostenerse:
“Esto pasará… el tiempo cura…”
pero su voz ya temblaba.
El corazón, empapado de urgencia, insistía:
“¡Míranos!
Mírame sangrar por dentro mientras dudas,
mírame romperme mientras calculas.
No es miedo lo que sientes…
es amor escapándose.”
Los recuerdos ya no pasaban:
embestían.
Risas, silencios, promesas no dichas,
todo chocaba contra el cerebro
hasta agrietar su certeza.
“Tal vez…” murmuró al fin, vencido,
“tal vez no debimos dejarla ir.”
El corazón gritó con lo último que le quedaba:
“¡Ahora! ¡Es ahora o nunca!
Habla antes de que el tiempo nos entierre.”
Pero el tiempo no escucha.
El tiempo no siente.
Y cuando mi boca quiso hablar,
cuando por fin quise gritar su nombre,
mis ojos solo pudieron ver
cómo ella
no iba
a volver.
Y de pronto el vacío volvió....
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Autor:
invictool (
Offline) - Publicado: 17 de diciembre de 2025 a las 03:17
- Categoría: Amor
- Lecturas: 3
- Usuarios favoritos de este poema: El Hombre de la Rosa, Salvador Santoyo Sánchez

Offline)
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