Cómo una canción de Sarah Vaughan...

Tumbado en la cama del hospital, pensativo,

con la punta del bolígrafo apretando el papel

como si quisiera abrirle una herida,

escribía.

"Llora mi corazón, lucha contra el viento y marea"

Cada latido era un golpe seco, 

una llamada desde dentro para que no se rindiera.

Pero él seguía escribiendo...

“Es una sensación de angustia interior que me carcome como la polilla a la madera”

Y cada frase pesaba más que la anterior,

como si el papel fuese hundiéndose bajo el peso de lo que no sabía decir en voz alta.

Las máquinas marcaban un compás lento,

pero sus palabras iban por libre,

tropiezos de tinta que intentaban salvar algo que ya se estaba deshaciendo.

“Pastillas para dormir, grandes dosis de silencio”

añadió...

“Que no me digan a mí, que todo lo cura el tiempo ”.

El bolígrafo temblaba entre sus dedos.

No por falta de fuerza,

sino porque entendía, por fin, 

que algunas batallas sólo se escriben para poder dejarlas ir y seguramente esta sería la definitiva.

Allí, entre la luz tenue y el filo de la madrugada,

la última estrofa se deslizó como un suspiro.

"Recuerdo con emoción ser un grillo en una jaula"

Volcó.

Como si la verdad se escapara entre renglones,

como si supiera que se estaba acercando el final.

Apoyó la cabeza sobre la almohada,

y después de escribir la última frase,

soltó por primera vez el bolígrafo,

como quien deja caer un arma que ya no necesita.

Esa última linea no buscaba consuelo,

ni explicación, ni redención.

Solo mostraba una verdad silenciosa,

tan honesta como solo pueden ser la cosas dichas en el borde.

“Quisiera poder llorar pero no me quedan lágrimas"

Y abajo, en el margen casi sin espacio,

como un susurro que se desvanece,

apenas un trazo...

Fernando