Así es como nacen las galaxias

Miguel Aiuqrux

Hay días que oscilan en una calma que no me alcanza;
momentos ficticios que me invitan a soñarte, incluso en esta quietud inestable.
El polvo que desprenden las nubes vuelve opaco el mundo;
se me aleja, como si la distancia también tuviera peso.

Entonces intento prolongarte con una caricia leve,
en la visualización de tu rostro,
recreado en cristales de cuarzo microscópicos,
donde mi universo te nombra, te invoca y te enlaza.

Allí no hay azar:
hay superposición; tu presencia y tu ausencia coexistiendo.
Una función de onda que vibra con tu nombre
hasta que mi pensamiento la observa
y el instante colapsa; sonrío
al sentir tu rostro mirándome con intensidad.

En ese dominio mínimo, donde el vacío no está vacío,
nuestros gestos quedan entrelazados,
resguardados en la memoria.
Si tú sonríes, algo en mí se ordena;
si te alejas, mi tiempo se dilata,
y vuelvo a imaginarte en este círculo infinito.

Así es como nacen las galaxias.
Así es como la arquitectura de mi mente nos diseña:
dos partículas que se reconocen
y deciden, contra toda probabilidad,
permanecer unidas.

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