DIÁLAGO EN LA MESETA.

Como el suicidio, de Albert Camus,

También, hoy, podemos decir

Que lo peor no es ni ha

Sido el fracaso,

Sino el haber

Fracasado

Mal

Los hechos, se dijo, ocurrieron a finales del verano pasado, antes de que el otoño avisara de que llegaría con cierto retraso: en un banco de una plaza de la profunda y ancha Castilla, España, tierra de hombres y mujeres de pocas palabras, casi todas recias, un matrimonio de muy avanzada edad que sobrepasaban los 95 años cada uno, cuasi deformados por una gordura fea, asuntos de una mala alimentación, fijaban la poca vista que les quedaban allá en el infinito del horizonte, en silencio, sin hablarse una palabra en las ya más de tres horas que llevaban allí quietos; de vez en cuando el vuelo de alguna cigüeña que aún no había levantado el vuelo hacia el Sur les hacían volver la mirada sin apenas mover la cabeza, nada: todo era un silencio perpetuo entre ellos. De pronto la mujer hizo el gesto de decir algo, fue más que nada un gesto corporal, leve pero suficiente para que su marido, aquel con que llevaba ya 79 años de convivencia, hiciera también otro gesto corporal con el cual quiso decir que quería oír lo que sabía que ella le iba a decir:

¡¡ Se ha muerto el cura que nos casó!! Dijo aquella mujer.

Su marido aguantó un tiempo antes de responder y dijo sin dejar de mirar al horizonte:

¡¡El que la hace la paga!!