Me sedujiste en mis albores con tu firmeza soberana,
con aquella voz que ardía en mis huesos como llama temprana,
y aunque yo resistía tu empuje, tu luz me volvió humana,
fuiste más fuerte que mi duda, más alto que mi desgana,
y tu imperio interior me guiaba como brújula arcana.
Mas caí bajo el escarnio de los falsos, de su lengua corrompida,
hombres que visten santidad, pero su entraña es descreída,
administradores mezquinos, máscara cínica y erguida,
ateos disfrazados de fe, almas secas, alma podrida,
usurpadores mundanos que lucran con la gracia compartida.
Ellos torcieron tu nombre con su avaricia de acero,
volvieron tu doctrina en mercado sórdido y fiero,
y en su infamia insolente, en su cinismo altanero,
ahogaron mi fervor primero, mi clamor sincero,
dejando mi espíritu marchito, truncado y prisionero.
Y yo, cansado de ruinas, intenté callar tu memoria,
quise apartar tu fuego, expulsar tu antigua historia,
quise dejar atrás la voz que ardió con tanta gloria,
pero mi alma, vencida, ya no aspira a victoria,
solo carga un silencio que devora lo que resta de mi euforia.
Hoy admito con melancolía que mi templo interno se abatió,
no por tu luz, que era pura, sino por quienes la profanó,
y aunque aquel fuego divino un día en mis huesos estalló,
su resplandor se extingue lento, como ocaso que se derrumbó,
porque aquella voz que me encendía, Señor, en mí… ya se apagó.
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Autor:
El Corbán (Seudónimo) (
Offline) - Publicado: 14 de diciembre de 2025 a las 20:39
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 2
- Usuarios favoritos de este poema: Mauro Enrique Lopez Z.

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