Selva, madre de la vida

SELVA, MADRE DE LA VIDA

Selva,

vientre insondable de la tierra,

catedral verde donde el planeta

aprende a respirar.

Tú no eres bosque:

eres madre de mil pueblos,

de mil especies escondidas

que beben tu sombra y tu canto.

Tu follaje es cúpula viva,

un techo tejido de dioses,

y tus raíces,

cordones umbilicales

que atan al hombre

con el corazón secreto del mundo.

En ti nacen los ríos,

largas arterias de agua

que corren como venas abiertas

hasta besar los océanos.

Ellos llevan en su corriente

la memoria de la lluvia,

los rezos de los peces,

el oro líquido que sostiene la vida.

Selva,

cuando el jaguar respira en tu hondura

es el eco de tu fuerza,

cuando el colibrí roza tu néctar

es el milagro diminuto de tu ternura.

Tus hojas susurran salmos,

tus pájaros encienden la aurora,

y la noche se cubre de luciérnagas

como si el cielo entero hubiera caído

a encenderte los caminos.

Madre,

yo sé que en tus entrañas

guarda silencio la eternidad.

Sé que cada gota de tu lluvia

es un bautizo al planeta,

que cada árbol tuyo

es un ancestro de pie

velando por nosotros.

Cuando respiro tu aire,

siento el pulso de mis abuelos.

Cuando pronuncio tu nombre,

mi voz se vuelve río,

mi piel se hace raíz,

y mi corazón aprende

a latir más hondo.

Selva, madre de la vida,

cuidarte es cuidarnos,

protegerte es rezar,

y perderte sería

arrancarle el alma al mundo.

© Nelly Cevallos — Liora