Tan insistente fue Magali que su abuela comenzó a relatarle la antiquísima historia. Todos los hombres de la familia sufrieron ese mal congénito. La tez de nácar, sus ojos casi transparentes, colmillos afilados y en las noches de Luna llena hacían descalabros.
Eso pasó por años, cuando aún vivían en el castillo viejo y herrumbrado, la paz la obtenían muchas veces reflexionando a orillas del lago, dónde varios patos nadaban en el remanso.
Al fin un día nació la primera niña de la estirpe vampiro, todos sabían que el mal estaba en los varones. Así fue que Asdrúbal como patriarca debía tomar una decisión. Se sentó en un crujiente tronco a orillas del lago, miró las colinas, el viejo castillo y decidió cambiar la historia de sus ancestros.
Habló con los patos para que llevaran con ellos en su vuelo, aquel antiguo lago, y se trasladaron a unos cuantos días de viaje a otra ciudad.
El abuelo encontró un lugar precioso y esperanzador para toda su descendencia – y el lago- quitó a los hombres los colmillos para cortar el instinto primitivo y las tentaciones (creyendo que, si a un puma le quitará los dientes, lo convertiría en un lindo gatito) Compró animales para criar por si el llamado genético se hacía presente.
La familia podría haberse confundido con cualquier familia “normal” si no fuera por la costumbre de no poner espejos, ni cruces y que Asdrúbal seguía durmiendo en su viejo ataúd de regia madera.
Colorín, colorado dijo al fin la abuela observando la límpida mirada de Magali.
-Entonces soy la última vampira, dijo sonriente y mostrando su incipiente colmillo.
-No mi niña, tú eres una vampiresa, contestó la abuela, sabiendo que la gente exagera los mitos.
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Autor:
Dulce (Seudónimo) (
Offline) - Publicado: 13 de diciembre de 2025 a las 13:25
- Comentario del autor sobre el poema: Buen fin de semana y abrazo alado
- Categoría: Cuento
- Lecturas: 2

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