Vencidas tus ramas, sauce,
apuntan hacia el suelo su mirada verde
y tus hojas caen como lágrimas espesas
en la abandonada ciénaga de los hombres.
Hoy has perdido el abrigo de gusanos
que un día se deslizó en tus ramas
como una caricia negra.
Desnudo quedas, y eres tan bello,
con esa melena de enmarañado heno,
que en mis ojos se desliza una gota
de melancólico brillo, y un suspiro
queda atrapado
en el hueco sin fondo de mis oídos vacuos.
El viento, caído de tu sombra,
es como un oficio de difuntos,
como un hálito de musgo
llegando apenas a mi piel contrita,
a la mirada insolente de mis ojos
que se desgajan en la verdinegra
tristeza de tu semblante apagado.
¡Pobre de aquel hombre que no sabe verte!
¡Pobre su alma triste, empequeñecida, ciega!
¿A dónde iría a parar
tu presencia de fantasma, sauce,
si la ceguera de un hombre derriba un dia
tu envejecida madera?
Y aún más: ¿a dónde iría yo?,
¿qué haría sin tu sombra única,
cuando el sol me persiga y muerda entonces,
a mitad de esta callejuela rugosa
y polvorienta?
Es mejor seguir contemplando tu belleza
ahora que me acarician tus brazos fecundos,
y no después,
cuando se haya secado
toda lágrima en mis ojos
y nuestros cuerpos mortecinos, verde amigo,
se dispongan tristemente al polvo
y al olvidó.
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Autor:
Manuel Valles (
Offline) - Publicado: 13 de diciembre de 2025 a las 02:56
- Categoría: Sin clasificar
- Lecturas: 1

Offline)
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