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La carne opaca al frío en esta noche
y la sangre no consagrada pasa de vaso en vaso.

El sueño y mis ojos buscan en las estrellas un camino,
quizá una ilusión o un sendero ya pisado.
Busco quizá un reflejo en este cielo escarchado
o tan sólo un consuelo a la pérdida de mi alguien.

Me doy cuenta al fin en los charcos de mi llanto.
Me doy cuenta que un todo ha partido
y que el mañana me espera sin flor en ramo.

Acabada esta noche de divino insomnio
no habrá sol que no me nombre ese nombre
ni habrá luna que sueñe sin luto.
Faltará sangre en el vaso, frío en la noche
y piedra en el camino señalado.

Todo y hueso sufrirán hasta el final,
pero no llegará el fin.
No hay fin con infinito acompañado
ni sombra a espalda blanca del sol.

Los dos adioses predican este fin,
pero sigue el camino con su caminante
y a la diestra, dos pies eternos.
Pies descalzos, sangrantes, divinos...