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¡Oh, humilde, bella y magnánima doncella de Nazareth!
Nueva y más radiante estrella de la mañana.
Bienaventurada, bendita entre cualquier mujer.
Sagrario viviente; sierva convertida en reina.
Eterno Trono de la Sabiduría, estribo sacro del Pantocrátor;
Hija, Madre y Esposa de Dios;
noble princesa que, siendo virgen, traes contigo a Cristo-Jesús.
Gloriosa es tu perpetua virginidad,
en ella comprobamos la divina voluntad.
En ti, ¡oh magnífica princesa!,
todo un Dios se recrea.
Dulce niña obediente, ejemplo de santidad;
Señora que enseña bondad;
misionera por caridad
de nobilísima lealtad.
Madre de la Iglesia, Reina de los ángeles:
eres la criatura más hermosa y poderosa;
la perfección humana por antonomasia,
alma inmaculada que las generaciones alaban.
¡Qué hermosa emperatriz!
¡Cuánto te ama, Madre mía, Nuestro Señor!
Te ha puesto por velo al universo entero;
para demostrar al mundo lo mucho que le haces feliz.
Eres copartícipe en la extensión del reino,
vigilante diligente de los pecadores que buscan alivio;
evangelizadora del amor de los amores.
Dios te salude, mujer fervorosa;
Madre del Creador; muy favorecida:
a ti se te otorgó autoridad sobre la creación.
Mi muy amada Madre mía, no puedo ni imaginar tu psicología;
¡Cuánta benevolencia debe haber en tu corazón!
Aquel pobrecito que una espada atravesó.
Tú que hollaste la cabeza de la serpiente,
a ti que te envidian y maldicen los escorpiones,
Tú que tienes parte en las invocaciones de exorcistas,
intercede por mí cuando el Demonio aseche en mi agonía.
¡Salve Regina! ¡Salve Regina!
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Autor:
Sir. Black Lyon (Seudónimo) (
Offline) - Publicado: 12 de diciembre de 2025 a las 15:52
- Categoría: Religioso
- Lecturas: 5
- Usuarios favoritos de este poema: Mauro Enrique Lopez Z.

Offline)
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